LAS ENSEÑANZAS DE LOS MAYAS
Las
gaviotas nos avisaban que estaban próximos a la orilla cuando una rosada
bandada de flamencos sobrevolaba sus cabezas. El clima era cálido nada que ver
con el crudo invierno que habían dejado en la otra orilla. La lluvia escasa,
jugaba a mojarlos tímidamente cuando los mayas se acercaron hasta ellos e indicándoles
se fueron hasta un terreno con dunas y manglares. El grupo desembarcaba y con
ellos los mayas que estaban en el Golfo. Ahora tenían que adentrase en la selva
hasta el poblado de Chichén Itzá donde les esperaban con las perdiciones que
les aguardaba y a donde tenían que dirigirse. Grandes astrónomos sabían que las
estrellas los llevarían a la otra parte del mundo y que en su mundo sabrían de
todas sus profecías. Dos lunas tardaron en llegar al lugar, tropezándose con
jaguar, boas e iguanas que salían al camino, con los que tenían que luchar o
esquivarlos. El Rey y el sacerdote mayor los recibirían. Antes de entrar al
Templo/Castillo, Xavier se dirigió a las mujeres.
¾
Sé que
no es necesario que lo diga, pero permitirme recordaros que estamos aquí como
observadores y no podemos intervenir en la historia. Solo en vuestra era se
podrá cambiar pero no en esta.
¾
No te
preocupes Xavier, no diremos nada. Solo responderemos cortésmente
¾
Además
me temo que nos tendrás que traducir tú. Los mayas tienes su idioma y nosotros
no les entendemos. De hecho, cuando llegaron los españoles preguntaron a los
nativos donde estaban, éstos les respondieron algo parecido a Yucatán, y los
españoles dieron por hecho que así se llamaba el lugar, siendo la traducción al
español, que no los entendía. ¡Y ya ves! Yucatán le quedó. Así que tranquilo que
no, nos entendemos (Belén se encogía de hombros cuando los niños, Xavier y
Connor se reían)
Entraban
en el Castillo con las ropas de pieles de búfalo y castor. Los habitantes
Chichén Itzá los miraban extrañados de lo abrigados que iban, para el tiempo
que hacía. Uno de los sacerdotes que salieron a su encuentro, al verlos, les
indicó que lo acompañaran hasta una habitación, en las que las mujeres mayas,
tenían ropas para darles y apropiadas pare el lugar en el que estaban. Una vez
aseados y vestidos para la ocasión, salieron de la cámara en espera de que los
fueran a buscar y los llevasen hasta el Rey. La curiosidad de los muchachos hizo
que Dalia se pusiera nerviosa. Los artesanos mayas estaban decorando las
paredes y otros mayas escribían los acontecimientos en dibujos, algo que a
ellos les hacía gracia. Dalia los cogió por un brazo a cada uno y con enfado y
reprendiéndoles para que no se movieran de su lado. El sacerdote que los habían
llevado hasta allí, se hizo esperar y cuando llegó con un movimiento de mano
les indicaba que lo siguieran. Subieron por la escalinata hasta el Templo donde
les enseñarían todo lo construido y lo que sabían del universo. Los matemáticos
también estaban con ellos en el caso que fuera necesario sus explicaciones del
por qué de lo que iba a acontecer.
Alcanzaban
el último escalón con el sol en lo más alto, con la respiración entrecortándose
al latido del corazón. Entraban con indicaciones de que se sentaran enfrente
del Rey. Uno de los sacerdotes, el más viejo, abrió el Popol Vuh. En el
escribían sus profecías y lo que iban descubriendo en arquitectura, ingeniería,
astronomía y arte. Sus escrituras eran jeroglífica y algo entendible para Belén
pero más para Xavier, que con sumo cuidado de no molestar al Rey miraba de
reojo. El mayor de los sacerdotes tomó la palabra dirigiéndose a los invitados,
en lengua maya.
¾
Los
Dioses han hablado y nos han dicho que os digamos sus profecías. Que enseñemos a
los niños a tallar la piedra para hacer herramientas y a escuchar, Que les
enseñemos el cultivo sin transformar la naturaleza. Podremos hacer pequeñas
obras, pero siguiendo el curso que ella nos manifiesta. Estaréis entre nosotros
lo necesario hasta que los pequeños hombres aprendan lo que consideremos importante
y siempre con el consentimiento de los Dioses, sin olvidarnos de escribirlo en
el Popol Vuh. Después os marchareis al otro lado de mundo donde tendréis que
aplicar todo lo que en esta Misión estáis descubriendo. Por hoy iros a
descansar, dos sacerdotes os acompañara a vuestras casas y mañana os levantarán
temprano para las primeras enseñanzas. Iros y recuperar fuerzas.
Salían
del templo dispuestos a bajar los estrechos peldaños de la escalinata del
Kukulkán cuando Dalia le hizo una observación sobre donde escribían los mayas.
¾
Belén ¿te
fijaste donde escriben? Y el colorido que le dan. Usan mucho el negro, el rojo
y el azul… Son alegres, estas gentes.
¾
Si
hasta hubo un momento que pensé que el papel lo inventaron ellos… El que abrió
el sacerdote era madera pero atrás de él había uno que era piel de venado…
¡Podría ser! Es una cultura muy avanzada para su tiempo
¾
Es
corteza de amate… (Xavier que parecía ausente, las sorprendía con la respuesta)
Son gente sabía. Podrán enseñarnos la naturaleza y como escucharla. Con tanta
vegetación nos es difícil ver a las gentes por eso creo que hacen estos
templos, para ser escuchados ya que no pueden ser vistos.
Al
final de la escalinata, el resto del grupo les esperaba con la emoción de
obtener respuestas a sus preguntas. Viro, que ya se veía camino a donde estaban
las Tablas. Pegaso, que pensaba que no estaban lejos de allí. Sin embargo
Cuelebre permanecía ajeno a toda preocupación y se dedicaba a ver como algunos
mayas cuidaban de un árbol con pintas de bailarines. Cuelebre se acercaba a
ellos y se divertían asustándolos abriendo la boca como si les fuera a echar una
llamarada. Viro al verlo, se acerco a él para reprenderlo. No había que asustar
a los mayas, de lo contrario no los ayudarían. Xavier llamaba a Viro con la
cara de no tener nuevas noticias. Era cuestión de paciencia y esperanza en que
el sacerdote al mando de instruirles, lo creyera conveniente. Los comanches
cuando vieron el momento en que sus amigos ya estaban seguros, se despidieron
de ellos para volver al poblado con sus gentes. Habían tomado buena nota del
lugar y sobre todo de cómo construían sus cabañas así como ropas. Connor abrazó
uno a uno a la vez que les comunicaba que todavía permanecería en el lugar.
Volvería a casa en cuanto los dioses así se lo dijeran. Todos los despidieron
con cierta tristeza y agradecidos.
El
resto del día fue para descubrir Chichén Itzá, donde veían como con tan pocos
medios hacían obras artesanales. Fue sorprendente y estremecedora la parada en
el Cenote Sagrado, al ver como hacían sus ofrendas con piezas de oro y
sacrificios de animales y humanos. Las diferencias de clases eran notables y
evidenciando que los sacerdotes venían de la nobleza y que eran los que leían y
descifraban el Popol Vuh, su libro sagrado al que en occidente lo llaman biblia.
También supieron que los que llevaban de adornos conchas eran de la nobleza por
lo tanto hombres con cierto poder. Se despejaron las dudas de que eran los
esclavos con algún que otro plebeyo los encargados de las construcciones por
indicaciones de los arquitectos/artesanos. Los muchachos se arrimaron a un
artesano de Jade. Su dureza hacia que fuera bueno para las herramientas y
utensilios que pareciendo difícil el darle forma, para maestro artesano era
fácil. Éste, al ver la curiosidad de Marco y Manuel, le invitó a hacerlo,
invitación que tomó Manuel, siendo más habilidoso que su hermano en estos
menesteres.
Comenzaban
a asomarse los rayos del sol cuando un guerrero fue a buscarlos. Viro que lo habían
visto, estaba en guardia, receloso de que enviaran a un guerrero y no a un
sacerdote, avisó a Pegaso que no tardó en posicionarse junto a él, y Cuelebre
se fue hasta los muchachos. Los guerreros, al ver a Cuelebre en posición
amenazante, llamarón a sus compañeros para irse hacia él, con cara de pocos
amigos. El Puma, que sabía de los dudas que tenían, enseguida fue a calmar a
Viro y con él al grupo recordándoles que eran amigos y que ellos eran los
encargados de hacerlos hombres fuertes y sabios. Viro, le dio la razón al puma
y le hizo seña a Cuelebre, de que se apartase, los tendrían controlados desde
la distancia. Xavier y Connor se acercaban hasta los guerreros, esperando que
Connor supiera que tramaban. Connor los tranquilizo a todos y los guerreros
junto con dos sacerdotes los adentraban en la selva. Tenían órdenes de
llevarlos a dos cabañas opuestas una al este y la otra al oeste. El grupo
quedaba dividido en dos, con seis guerreros Dalia, Belén, Marco y Manuel junto
con un sacerdote se iban al este y el otro grupo se iba a la cabaña del oeste
con cuatro guerreros y un sacerdote. El Rey de los Mayas quería saber cómo se
desenvolvían sin sus amigos. Estaban
solos en la selva, con todo lo necesario para alimentarse, vestirse y curarse.
Los guerreros y el sacerdote no les ayudarían solo observarían y anotarían sus
comportamientos.
Al
llegar al destino, la primera en adentrarse en la cabaña fue Belén seguida de
Marco, permaneciendo fuera Dalia y Manuel contemplando la selva y escuchando
canciones de pájaros y lamentos de venado. Un escalofrió recorría el delgado
cuerpo de Dalia que persignándose mirando al cielo, entró en la cabaña con
paredes entretejidas con cañas y barro y un techo de paja que los mayas les
tenían preparada. Dalia ya adentro, miró los lechos de paja donde iban a
descansar de sus dolores y de las llagas de brazos, piernas y pies por los
ramajes y caminos dificultosos, que los habían conducido hasta allí. Manuel,
vio una manta que estaba envuelta con un nudo demasiado apretado para sus fuerzas
y volviéndose a Marco, que no le perdía de vista y también la vio, se acercó
para cesar en el empeño, teniendo que llamar a su abuela. Dalia al abrirla, vio
cuchillos, de piedra y hueso, unos utensilios de barro sin decorar que servían
como vasos y hondillos que supusieron que era para comer, y de madera tallada
algo parecido a un tenedor. Detrás de la manta estaba una especie de cazuela de
barro grande con lo que poder cocinar aparte de ropas limpias y nuevas.
Cuando
las mujeres vieron que la cabaña era pequeña para ocuparla todos, Dalia supuso
que habría otra cerca aunque no lo hubieran visto. Belén salió fuera con la
esperanza de que el sacerdote la entendiese. Miró a un lado y luego al otro y
no había rastro de ellos, ni cabaña cercana. Belén con el rostro pálidamente
desencajado, no quería dar la notica a su amiga, pero ésta salió a fuera.
¾
¿Belén
te has podido entender…?
¾
No,
Dalia. Se han ido
¾
No te
preocupes no tiene que andar muy lejos. Seguro que nos están poniendo a prueba.
Eso es todo
¾
¡Pero Dalia,
no escuchas! Hay animales salvajes cerca ¿Cómo vamos a vivir aquí si no lo
conocemos ni tenemos comida?
¾
Esa es
la prueba Belén. Creo que quieren saber si nos sabemos valer por nosotros
mismos. Solo tenemos que recordar todo lo que nos han ido enseñando y nuestras
propias experiencias. Debemos de calmarnos y no poner nerviosos a los niños.
Respira hondo tres veces antes de entrar, por favor…
¾
Si lo
haré pero espero que tengas razón, que no anden muy lejos por si los
necesitamos. Tú sabes de hierbas así que creo que nos alimentaremos de eso.
¾
Y
cazaremos. Entre los cuatro algo cazaremos, bueno entre los tres que Manuel no
lo veo yo por la labor (Las dos soltaron entre risas partes de sus miedos)
El cielo se coloreaba con tonos amarillos y
naranjas cuando Marco y Manuel que estaban con sus ejercicios de defensa
personal, vieron como un conejo esta observándoles. Marco le hizo seña a Manuel
que no hiciera ruido y levantándose despacio fue por detrás del conejo. Dalia
que ya lo había visto antes, le dio una especie de jabalina a Marco para que la
lanzase. En verdad era un palo que tenía atado lo que los mayas les dejaron con
tres punzas y de lo que ellos creía que era un tenedor. Marco acertó a la
primera y el conejo permaneció herido en un costado. Su abuela se apresuró a ir
hasta el conejo, antes de que se escapar para rematarlo y prepararlo para la
cena. Al menos esta noche dormirían con los estómagos llenos los próximos días
quedaban en incertidumbre para ellas. Belén que se había alejado con esperanza
de ver al resto del grupo, llegaba con la cabeza inclinada hacia el suelo, no
había rastro de nadie y lo único que le alegró el camino fue un arrollo próximo
en el que poder bañarse. Cuando levantó la cabeza al oír el entusiasmo de sus
amigos aceleró el paso hasta ellos, Dalia con el cuchillo le estaba atando las
patas a una estaca que Manuel había encontrado. La cena era asado de conejo con
moras que habían recolectado de un arbusto que había repleto.
Habían
pasado la noche tranquila turnándose Dalia y Belén para cuidar el fuego y así
alejar a los jaguar que andaban cerca Amanecía soleado y los cuatro trataban de
memorizar todo lo aprendido y lo que no recordaba uno se lo recordaba otro.
Marco y Manuel ya sabían guiarse por las estrellas donde estaba el norte.
Conocían a la Osa Menor a y al Mayor de verla todas las noches. También sabían
que de día debían de fijarse en el color del verde, el más oscuro era el norte
por lo que ellos estaban en el este. Los conocimientos del medio les hicieron
fijarse en cada centímetro de la selva agudizándose los oídos para detectar si
había alguna fiera cerca. Iban explorando el territorio cuando Manuel vio una
palmera llena de cocos pero era muy alta para escalarla ellos solo con las
manos. A Dalia se le ocurrió usar un jerséis que tenia, para que con él, y con
los pies intentar coger alguno. Belén lo intentó una escalada a la copa del
árbol sujetando con las dos manos el jersey que abrazaba al árbol y usando los
pies como si caminase por el tronco. Su intento resultó ser un fracaso al no
llegar ni a la mitad de la palmera. Pusieron todas las miradas y esperanzas en
el más deportista del grupo. Dalia, conociendo a su nieto, le habló.
¾
Marco,
necesitamos beber, y del agua del arroyo no sabemos si podemos hacerlo, pero
esos cocos si tienen líquido que nos aportara nutrientes y nos calmarán la sed.
Sé que ya eres un hombre valiente y que vas a intentar subir. Nosotras
estaremos aquí abajo por si te caes cogerte. ¿Lo vas a intentar? ¿Sí?
¾
Venga Marco,
te prometo no reírme si caes. Yo subiría pero estoy lesionado (Manuel se había
hecho daño tallando un palo terminando en punzón para poder pescar) Toma te
dejo el palo de pesca.
¾
¿Y
cómo lo hago? Belén subió poco
¾
Marco
tú tienes que hacer lo mismo que Belén pero tú al ser más delgado y más ágil
podrás llegar más arriba Lo que debes de hacer es no mirar para abajo solo para
los cocos y no temer miedo. No permitiré que te pase nada. Te necesitamos.
¾
Marco,
recuerda que eres un guerrero valiente como te dijo Carlos. Y sabemos que
puedes hacerlo mucho mejor que yo.
Marco
cogió el jersey y mirando hacia arriba comenzó a trepar por la palmera. Estaba
casi arriba cuando oyó a un jaguar merodeando cerca. Marco sujetándose fuerte
al jersey miró para abajo y con señas, sin meter ruido como le había enseñado
Carlos, les avisó. Dalia que ya lo había oído rugir, le hizo seña que no se
moviese hasta que se alejase, al a vez que se persignaba pidiendo que el jaguar
se alejara. Marco volvió a trepar, una vez que el jaguar estaba lo
suficientemente lejos, hasta que el palo que llevaba a la espalda, llegase a
los cocos. Llegó a tirar seis para la alegría de él y del grupo. El bajar, fue
una subida de adrenalina que le enrojecía el rostro con la felicidad de misión
cumplida.
Volvieron
a la cabaña con la esperanza de que el grupo estuviese en ella. Agudizaban el
oído creyendo oír voces, pero solo oían los cantos de las aves y el sonido del
arroyo que bajaba. Entraron en la cabaña revisando que estuviera como lo habían
dejado y una vez que se sintieron seguros en ella, se acomodaron para empezar a
abrir los cocos, calmando la sed. Manuel, al que se le daba muy bien las
manualidades pidió permiso a su abuela para hacer con una piedra pulida y un
palo de madera que había suelta por la selva una especie de cuchillo más grande
para partir mejor los cocos. Una vez que lo obtuvo el permiso, pero siempre que
estuviera delante ella o Belén, comenzó a tallar el cortante de la piedra a la
que uniría haciendo dos agujeros que en cada lado (uno arriba y otro abajo)
serviría para sujetar el palo usado como empuñadura. Un machete prehistórico
salió de las manos del joven artesano. Marco todavía contaba lo emocionante que
fue trepar a la palmera, mientras Dalia pensaba en que habría que hacer algo en
vista que no volvían. No podían permanecer mucho tiempo allí. Salieron a fuera,
Marco junto con Manuel encendieron el fuego y las mujeres conversaban,
¾
Si es
una prueba creo que ya es más que suficiente (Aseveró Dalia)
¾
Yo
pienso lo mismo. Te confieso (Bajaba el tono hasta casi un susurro) que tengo
miedo. Pero ¿qué hacemos?
¾
Belén
tenemos que irnos. No sé a dónde pero debemos de intentarlo. Si nos están
observando nos seguirán y sino al menos lo intentamos.
Los
muchachos que ya habían encendido el fuego estaban en silencio escuchando todo
lo que hablaban. Marco permanecía pensativo como si intentara recordar todo lo
aprendido y Manuel, que siempre parecía más despistado, las miro y dirigiéndose
a su abuela.
¾
Aya,
Carlos y Xavier nos dijeron que cuando viéramos un rio, nos guiáramos por él, y
que siempre encontraríamos un poblado al este o al oeste. El arroyo está ahí
solo tenemos que ir hasta él y escoger para donde tirar.
¾
Si
aya. Yo se lo oí a Xavier.
¾
Manuel
cada día me sorprendes más, ¡eres como tu padre! Pero vamos hacerte caso y
mañana si al medio día no viene nadie, cogeremos los bártulos que podamos y
tomaremos camino. Belén estamos, según los niños, en el Este ¿Seguirnos más
para el Este o nos vamos para el Pacífico?
¾
Dalia,
más al Este está Chichén Itzá y no creo que el grupo esté allí si salimos todos
juntos ¿No crees?
¾
Si,
tienes razón. Si nosotros seguimos en el Este, es muy probable que ellos estén
en el Oeste. Hay que cruzar el arroyo. Tendremos que hacer una balsa como
podamos. Al menos para que no se nos mojen las ropas y no perdamos herramientas
que podamos necesitar.
¾
No
tenemos machete aya para cortar los troncos.
¾
No
Marco pero con los palos esos que encontrasteis vosotros y si buscamos más
haremos una pequeña para pasar las cosas sin que se nos mojen. Mientras
nosotros buscamos Belén y Manuel podía intentar hacer cestos para meter las
cosas dentro. ¿Qué decís, vosotros?
¾
Que
podemos intentarlo, pero mejor vamos todos juntos y nos ponemos manos a la obra
ya que si no tardaremos más de un día en salir de aquí.
¾
¡Bien…!
Ya sabemos lo que vamos hacer. A ver si los encontrarlos pronto al resto del
grupo, es raro que no nos haya visto Cayo ¡Oh nuestros amigos nos están
protegiendo!
El
naranja se escondía tras del negro, cuando la Luna sonreía, Dalia entre palo y
palo que iba cogiendo pensaba que era hora de descansar, para lo que les
esperaba mañana, No tardó en sugerir de irse ya, para la cabaña con los palos
que tenían. No sería una balsa grande pero para pasar el arroyo con los enseres
serían suficiente.
¾
¿No
crees Dalia que estas hierbas son buenas para comer?
¾
Pártelas
y si sueltan un líquido blanquecino, déjalas. Pueden ser venenosas
¾
¡Jo… yo
no quiero más hierbas! (Manuel tenía hambre y eso no lo calmaba)
¾
¿Miramos
si hay conejos y lo cazamos, aya? Manuel trajo la lanza
¾
¡Está
bien…! Belén ve tú con Marco por la derecha y Manuel y yo por la izquierda.
Marco ¿Quieres llevar tú la lanza? Nosotros si cazas correremos para apresarlo (Dalia
vio la cara de disgusto de Manuel, al fin y al cabo él era el que hacia las
herramientas). Manuel nosotros estamos en la retaguardia para que no se escape.
Y te voy a contar un secreto, cuando los soldados van a la guerra, los que
están en la retaguardia, como ahora estamos nosotros, son más importantes para
la victoria que los que están en el frente.
Cazaron
una liebre que asaron para la cena. Todos iban pensativos en lo que les
esperaba sin saber si el resto del viaje lo iban hacer solos. Dios no podía
dejarles sin compañía ante el temible Cayo y los peligros del camino. No sabían
a donde ir y que es lo que debían de hacer pero tenían claro que no debían de
permanecer más en la cabaña. Esa noche dormirían por turnos siendo los primeros
los muchachos que harían guardia de dos horas, el resto lo harían las mujeres
avivando el fuego.
Daban
las claras del día cuando Dalia ya estaba entrelazando los palos con cuerda que
había encontrado en la cabaña, sonriendo a Belén que le daba los buenos días.
Marco estaba despierto pero el cansancio del día anterior aún hacia mella en él.
Manuel dormía plácidamente cuando Belén les llamó. Manuel se había convertido
en el surtidor de herramientas, Carlos le habían enseñado a tallar la madera
hasta convertirla en algo útil. Los Palaches también le habían enseñado y algo
los Comanches. Los dos hermanos llegaron a complementarse siendo Marco el del
trabajo físico, como la caza el trepar árboles y en la lucha. Y Manuel era el
que hacia el trabajo manual necesario para el grupo. Con sus pequeñas y
delgadas manos hacia todo tipo de utensilios y sabían hacer cestos de paja. Hoy
lo levantaban para que comenzara con ellos y los terminara para pasar el arroyo
que no cubría más de un metro y medio.
Aún
con las legañas en los ojos, Manuel se sentaba sobre un troco y al lado la paja
que Belén le había colocado a su alcance. Mientras que Dalia y Belén se iban en
busca de más troncos así como por zarzamoras y todo lo comestible que
encontraban. El sol iba camino del oeste cuando Manuel acabó el segundo cesto, Marco
estaban llenando el cesto que su hermano había terminado, con todo lo necesario
para el camino. La balsa estaba ya terminada y entre las dos mujeres la
llevaron cerca de la orilla volviendo a dejar a Marco al cuidado de su hermano.
¾
Marco
¿Vamos hacer el viaje solos? Tengo miedo
Marco
se levantó para sentarse junto a su hermano y pasándole un brazo por encima del
hombro, lo apretó contra su hombro y casi susurrando pero consciente, de que él
tenía los mismos temores que su hermano, le hablo.
¾
No lo
sé pero no tengas miedo que estamos contigo y yo te cuidaré. Tú termina el
cesto para irnos a ver si vemos a Carlos, Cristina, Cuelebre… A todos.
¾
¿Y si
no los vemos?
¾
Si los
veremos. Y si no la aya y Belén sabrán lo que hacer.
¾
Ya
terminé el cesto.
Llegaron
las dos mujeres miraron los cestos terminados y entraron en la cabaña para
recoger lo que les quedaba. Metieron una cazuela, los vasos de barro, el
cuchillo y la lanza que habían hecho con lo que parecía un tenedor de tres
puntas. Cogieron la manta que les habían dejado envuelta y atada con cuerda
para ponerla de bandolera y la lanza que Manuel hizo para la caza. El sol, las
estrellas los acompañaron y el Señor del Universo les protegía de todo mal. Encabezaba
la marcha Dalia y la terminaba Belén rumbo al arroyo.
¾
¡Espera
aya! Carlos nos dijo que antes de cruzar un rio teníamos que mirarlo para ver
si había animales peligrosos. Puede haber cocodrilos
¾
Si
aya, dijo que pusiéramos un palo y cuando la sombra se moviera un dedo
cruzáramos (Marco clavaba un palo a la vez que lo decía)
Cuando
la sombra se movió lo necesario y viendo que no había ningún peligro, cruzaban
el arroyo, pasando primero a Marco sobre la balsa con un cesto y volviendo
Dalia a por Manuel y Belén, que la ayudaba a empujar la balsa con él encima y el
otro cesto. Las mujeres salieron empapadas a la orilla. Se quitaron el vestido
que los mayas les habían entregado quedando en ropa interior que ellas
llevaban. Hicieron parte del camino así, hasta encontrar una explanada en la
que poder acampar, colgando los vestidos sobre los hombros para que se secaran.
Encontraron un lugar llano en el que decidieron descansar, buscando estacas que
clavadas al suelo, aguantaran la manta. Los muchachos se encargaban del fuego.
El
sacerdote y los guerreros mayas que los seguían a una distancia prudencial para
no ser vistos, pensaron que ya era hora de estar con ellos y mostrarles todas
sus creencias y de cómo observar con los oídos cuando la vista no alcanza. El
sacerdote comprobó hasta donde podían llegar pero el camino que les esperaba
estaba compuesto de más peligros y más batallas donde alguno de sus amigos
podría caer en la lucha. Se paró unos segundos y ordenó a los guerreros quitar
la manta y los palos mientras él hacía gestos para tranquilizarlos y que lo
siguieran. No muy lejos tenían un refugio subterráneo donde pasar la noche y
con un venado que habían cazado para alimentar a los jóvenes estómagos. Las
mujeres lloraban sin estar segura de si era de felicidad o de temores, pero
decidieron acompañarles.
En
cuanto el alba comenzó asomar, el sacerdote despertaba a todos para la marcha
hasta la cabaña donde estaban esperándolos. Los mayas iban descalzos y escasos
de ropa cosa que a los niños les impresionaba. El sacerdote al darse cuenta en
que se fijaban los pequeños hombres, como ellos los llamaban, les hizo
descalzarse de las botas hechas con pieles que les habían regalado los
comanches. A las mujeres también las obligo a descalzarse, sus pies debían de
acostumbrarse a la dureza del camino y tendrían menos heridas si iban
descalzos. Los guerreros entre parada que hacían les daban agua para mojar los labios,
no era aconsejable que bebieran en abundancia estando en la selva. En cada
parada que hacían ponían ejercicios de lucha a los niños y el sacerdote con
señas iban enseñando los insectos comestibles que habían en el lugar, así como
a veces les tapaba los ojos a los cuatro para que solo escucharan. Era
imprescindible saber escuchar y no oír. Solo se oye los ruidos, sean armoniosos
o no pero escuchar, es aprender a distinguir a un animal de otro, a saber que
ave es la que canta, a comprender el estado de ánimo de tu amigo. El escuchar
les podría salvar la vida.
Habían
pasado cinco lunas y seis soles cuando llegaban a la cabaña del oeste. Viro que
los había visto desde lo alto, enajenado de alegría voló para contarlo.
¾
¡Ya
están aquí! Y están a salvo
Pegaso
voló hasta ellos posándose junto a los muchachos, que al verlo, corrieron hacia
él, con la felicidad en la cara. Los guerreros tenían órdenes de que nadie los
ayudara bajo ningún concepto, posicionándose, delante de ellos formando un
semicírculo. El sacerdote habló cuando vio a Connor llegar.
¾
Connor
los pequeños hombres deben de hacerse fuertes y madurar. Están muy débiles de
mente y de físico. En estos días los he visto evolucionar pero todavía les
queda. Sé que sus pies están doloridos y dejé que la mujer tostada les pusiera
eso hecho con algodón y forrado con hojas secas, en ellos peo tienen que llegar
hasta la cabaña caminando al igual que nosotros. Dile al corcel que se vaya. No
tardaremos mucho en llegar.
Connor
les comunico las intenciones de los mayas y que él pensaba lo mismo. Los muchachos
estaban demasiado protegidos y ya iban camino de convertirse en hombres, sin
olvidar sus juegos de niños pero responsabilizándoles de lo que es el deber,
para con ellos mimos, para con la naturaleza y para con sus amigos y vecinos.
Pegaso
iba al paso, lo más cerca de ellos por si alguno desfallecía. Connor iba a su
lado sin perder detalle de las enseñanzas que por el camino los guerreros les
iban dando. Carlos que había salido a medio camino, al ver que Pegaso y Connor que
cerraban el grupo en silencio, esperó a que pasaran, para ponerse atrás junto a
ellos. A la entrada de la cabaña les esperaba Xavier, Julia, Cristina junto con
el sacerdote que estaba con ellos y los cuatro guerreros.
Acababan
de acomodarse en la cabaña, donde tendrían dos días de reposo y aprendizaje.
Xavier que se fijó hasta el mínimo detalle comprobó que sus caras y la falta de
brillo en sus ojos delataban un cansancio desanimado. Las heridas que traían se
curaban pronto pero ¿cómo subirles el ánimo y convencerlas? Titubeaba en cada
paso que daba y Connor que lo observaba se paró delante de él.
¾
¿Has
visto el desánimo igual que yo, no?
¾
Si
Connor… No sé si esto acabará en buen puerto, como dice Dalia… ¡Hay que
animarlas! Y no sé cómo. Todavía nos
falta lo peor y no estoy seguro de decirlo. Hasta los pequeños hombres están
bastantes cansados y doloridos ¿Pero sabes lo que vi en ellos? Una fe más
grande que la de su abuela y la de su amiga. Son hombres y ya sabemos que
estamos preparados para esto… Son ellas las que me preocupan, las que veo
derrotadas y deseo que sea por el cansancio. Viven en un mundo donde todo se
reduce a facilidades y comodidades innecesarias
¾
Esta
noche descansarán y mañana las llevaremos al rio para que se bañen disfrutando
del paisaje acompañado del canto de las aves, y verás cómo se sentirán mejor.
No las agobiemos y pensemos como trazar el camino hasta el oeste. Será
dificultoso pero emocionante. Yo os dejaré en cuanto estemos en el mar y me iré
a mi casa que, siento que me necesitan.
¾
¿No
nos acompañarás el resto del camino?
¾
No mi
querido amigo. Mi deber se terminaran cuando os deje en un barco rumbo al viejo
mundo. Tuve una visión y creo que las Tablas Sagradas están en él y no en este.
Por mi parte, le enseñé a Julia todo lo necesario para un buen viaje en cuanto
a magia se refiere. Le conté todas la visiones que tuve y como combatirlas
.Ella se las ira contando a Belén por lo que pudiera pasar y continuar la
Misión lo mejor posible
¾
Me
estas asustando. ¿Quieres decir que alguno de nosotros no llegaremos al viejo
mundo?
¾
Me
temo que no. No vi el rostro pero al menos uno de vosotros no llegará. Espero
que estos días tanto Dalia como Belén memoricen todo lo aprendido. A los
hombrecitos los veo más maduros que cuando los conocí y Manuel ya tiene la mano
hecha para hacer todo tipo de herramienta necesaria. Marco es más responsable y
cada día cuida más de su hermano. Sé que lo lograrán
¾
Todos
deseamos que lo logren pero hay momentos como este en que lo dudo.
Marco
se tumbaba sobre la hierba mirando los árboles que servían de hogares a las
aves. Se fijó en un tucán lleno de colorido y con el cuello amarillo, se reía
mientras lo observaba. Manuel salía para ponerse junto a él y Carlos que no les
perdía de vista también hizo lo propio. Cristina estaba con Julia pendientes
del espejo y en guardia por si aparecía Cayo que no andaba lo bastante lejos
para sus gustos. Dalia terminaba de acomodar lechos donde dormirían los niños
cuando decidió salir a tomar un poco de aire y calmar sus pensamientos, Belén
estaba absorta en todo lo que en la carta le había dicho pero siguiendo a su
amiga, a donde quiera que ésta iba. Las dos se tumbaron sobre la hierba un poco
más apartadas de los muchachos y relajadas sabiendo que no harían guardias.
¾
Belén
¿Sabes hacia dónde vamos?
¾
Creo
que oí que al oeste. ¿Por qué?
¾
Me lo
temía… Tendremos que subir otra vez montañas. Hacia el oeste esta la
cordillera, a la que por aquí llaman la Sierra Madre. Supongo que tendrán ropas
de abrigo para darnos
¾
¿Estás
segura?
¾
Si
Belén… Estamos camino de Chiapas y hay que pasar la cordillera que nos llevará
al Pacífico. Creo que vamos otra vez, a hacernos a la mar. Mañana hablaré con
Xavier para no partir, sin las fuerzas necesarias… ¡Lo que daría por estar
ahora en mi casa! Cuando llegue me daré un baño de espuma y no saldré hasta que
el agua se enfríe. Luego me iré a un buen restaurante y me comeré un consomé
seguido de paté de faisán caramelizado y reducción de Módena y de postre una porción
de tarta Sacher con helado de vainilla.
¾
¡Qué
fina me ha salido la niña! Yo me comería ahora unos huevos a la flamenca y un
cocidito andaluz con su zanahoria, sus habas, su hierba buena, su
calabaza... ¡Y cómo no! Mi gazpacho que
hay que ver lo bien que me sale. A Curro le encanta y con eso, le saco dinero
para irme de compras.
Las
dos rompieron a reír al unísono cuando Belén termino la frase, siendo la mirada
atónita de todos. De la tristeza habían pasado a la alegría en cuestión de
segundos. El cansancio hacia que los niños se quedasen dormidos, siendo Carlos
el que los acostase sin despertarlos. Todos decidieron irse a dormir quedándose
Cuelebre en la primera guardia. Los sacerdotes hablaban entre ellos de lo que
tenían que comunicar por orden del Rey al igual que sus conocimientos que revelarían
mañana
Era
alrededor del medio día cuando estaban todos en el rio, menos Xavier y Connor
que estaban reunidos con los sacerdotes mayas. El sacerdote de más edad y el
más sabio, era el que hablaba.
¾
Según
nuestros estudios y lo que los dioses nos dejaron ver es que, debéis cruzar el
mar hacia otras tierras donde están las Tablas Sagradas en las que reescribir
la historia.de este planeta. El mundo en el que se mueven ellos y que dice
Connor, que es un caos, no es novedoso para nosotros, ya nuestros Dioses lo
dejaron escrito, de que el hombre llevaría su casa a la destrucción. Habrá grandes
pájaros sin sangre que serán derribados y temibles para los poblados. Habrá
grandes telas de araña en los cielos que matara a nuestras aves y al hombre. La
naturaleza será hostigada y azotada y habrá un día que se revele contra el
hombre. El dios del mar hará, que sus aguas azoten los poblados y a los barcos
que osen el asesinato de sus vecinos. Pero todo esto es difícil de entender aún
para los pequeños hombres. Ellos se están haciendo fuertes pero hay que
explicarles el por qué de las cosas y el por qué no deben de transformarse.
Somos nosotros los que nos tenemos que amoldar a la naturaleza y no la
naturaleza a nosotros. Nosotros sólo cambiamos lo que ella nos ofrece, haciendo
herramientas, ropas y joyas que poder lucir sin cambian nada de nada. Sólo
cogemos los frutos que nos da, y eso es lo único que se puede cambiar. Si
derribas árboles tendrás espacio pero te llegará a faltar aire y dejará sin
hogar a miles de animales, si quemas las tierras, tardaran en darnos alimento y
los animales morirán. Todos somos necesarios y todos podemos habitar este
planeta. Hay otros mundos allá arriba pero a nosotros nos dieron este y si no
lo cuidamos desaparecernos todos. Aquí tenéis un dibujo detallado hacia donde
debéis ir, según nuestras visiones. Cruzaréis el mar y habrá tierra firme en la
que podréis descansar hasta llegar donde las gentes de alrededor de la isla a
la que vais son de color oscuro. Es un pueblo enemigo de todo extranjero y
protegido por arrecifes de corales. Sus hombres son cazadores y recolectores al
que uno de sus Dioses, les habló de vuestra llegada. Aunque antes, debéis de ir
a un pueblo donde sus gentes son pacificas y de color amarillento sin
cabellera. Ellos os enseñaran a tener fuerza interior y a saber esperar. Es muy
importante el equilibrio de las cosas. Nosotros les enseñamos a escuchar y también
a Dalia y Belén, les enseñamos hacer herramientas, sobre todo al más joven que
es un gran artesano. Su hermano es más guerrero pero los dos se necesitaran, y
deberán estar preparados. No todos llegareis a las Tablas Sagradas por eso
mientras queden fuerzas no escatiméis de enseñar vuestra sabiduría, cuanto más
aprendan será mejor para supervivencia de este planeta. No debéis ser blandos
con ellos, que de eso ya se encargan las mujeres.
¾
Connor,
pregúntale si hasta el mar nos quedan muchos días y si tenemos que hacerlo a
pie.
¾
Lo
haremos a pie hasta llegar a las montañas, allí nos esperan nuestros guerreros
con dos canoas en las que viajar por el rio hasta un lago donde termia. Lo
haremos de día ya que estamos en guerra con poblados próximos. Es peligroso,
pero llegaremos antes que a pie. Haremos paradas para dormir en lugares que exploremos
y sean seguros y pensamos que en eso, nos pueden ayudar los animales que os
acompañan. Lo tenemos todo previsto ante cualquier contratiempo.
La
tarde hacia acto de presencia en la que algunos estaban descansando dentro de
la cabaña y afuera, echados sobre la hierba, estaban Carlos, Marco y Manuel y
Cristina que les contaba una historia que le había pasado o se inventaba. Marco,
la escuchaba a la vez que se fijaba en los guerreros que tenían algo parecido a
un balón y señalándoselo a Manuel, fue éste con su voz más tierna y su mirada más
picara a pedirles la pelota para jugar al futbol. El guerrero lo miraba
sorprendido, el juego que ellos realizaban al que perdía le decapitaban y eso
no podían hacer con ellos. El guerrero miro a uno de los sacerdotes sin
entender ni saber lo que debía de hacer logrando acabar con la poca paciencia
que tenía Manuel y viendo que no lo entendían, llamó a Connor y a Marco para
que les explicara, como jugaban ellos con sus amigos al futbol. No tardaron en
comprender el juego formando dos equipos y teniendo de portería cuatro árboles
dos por cada bando que más o menos tenían la misma distancia. De porteros se
ponina los guerreros y Carlos jugaría con el bando de los muchachos. Viendo que
Manuel no tenía facultades y ante el aviso de los sacerdotes, los guerreros lo
dejaban pasar disimuladamente. El equipo de Marco y Manuel ganaron por 10 a 9,
siendo el trofeo un arco hecho de madera noble. Los muchachos estaban entusiasmados
llegando casi al éxtasis eufórico por el triunfo y porque hacía tiempo que no
jugaban como niños. Por primera vez a Manuel le gustó el futbol, por primera
vez Marco ayudaba a su hermano en el juego. Dalia los miraba embelesada de cómo
estaban madurando y siendo los dos uno solo. Por primera vez no solo se sabían
que se querían si no que también lo demostraban. No había duda para Belén, el
por qué ellos habían sido los elegidos.
Apenas
asomaba la aurora cuando los sacerdotes ponían a todo el mundo en pie. Era la
hora de partir hasta el rio que los llevaría al mar por el gran cañón. Julia
había visto a Cayo merodeando por el pueblo inca y percibía que los había
visto. Los Dragones Negros podían aparecer de un momento a otro. Xavier fue a
avisar a Viro que encabezaría la expedición hasta el rio. Viro volaba a cielo
abierto en busca de movimiento pero la espesura de la selva no lo dejaba ver
todo el territorio. El puma se había adelantado para avisar de su pronta
presencia así que Pegaso al trote encabezaba el grupo algo adelantado. Cuelebre
fue con Viro siendo Cuelebre el que volara más alto y Viro todo lo raso que los
árboles se lo permitían. No tardó Cayo en adivinar donde estaban, y sabiendo
que podían ser presas fáciles, envió al pueblo de los chibchas a los que tenía
amenazado con el inframundo sino lo ayudaban y enviándoles a los tucanes, a los
que dotó de las fuerzas necesarias, para que los llevaran hasta el lugar dónde debían
de capturar a los humanos, mientras llegaba los Dragones que estaban a sus
órdenes. Los chibchas sabiendo que sería inevitable una dolorosa muerte temían
que sus espíritus y los de sus familias vagasen por el inframundo sin descanso
para sus almas. Preferían la muerte o captura de un guerrero maya antes que a
la ira de Cayo. Sigilosamente iban avanzando al norte esperanzados en darles
alcance antes de que llegasen al gran mar.
Pegaso
abriendo paso pensaba en si los muchachos aguantarían hasta el rio caminando.
Ya eran varios días y el cansancio hacia mella en ellos. Los sacerdotes
ordenaron taparles los ojos tanto a ellos como a Dalia y Belén para acostumbrar
al oído a escuchar ya que casi siempre, oían. Llevaban horas de camino cuando
los sacerdotes percibieron que se aproximaba un peligro eminente y que no sabían
por donde iban a atacar en el momento de la verdad. Ellos tenían que distinguir
a sus enemigos de los animales, del viento o de los árboles. También debían de
escuchar al rio antes de llegar a él. Que escuchasen cada movimiento, cada
obstáculo que se presentaba sería un éxito. Manuel ya lo había desarrollado lo
bastante pero Marco no podía evitar un obstáculo sin caerse para desconsuelo de
su abuela que oía como se lamentaba y se enfadaba. El sacerdote que estaba al
mando, lo cogió por el hombro.
¾
Haz como
el murciélago, emite un sonido. Puedes hacerlo en este caso golpeando con la
mano el muslo o chasquea la lengua de forma que emita un sonido, pero sin hacer
demasiado ruido que despierte a nuestro enemigo. Si al hacerlo el eco te vuelve
rápido es que el obstáculo esta cerca, por el contrario si tarda, sabrás que
tienes algunos metros libres por delante. Pequeños hombres esta lección os vale
para sí vais de caza cuando la Luna se medio esconde.
Entre
los cantos de los pájaros se oía la imitación de silbido de Marco, aprendiendo
el truco para no caerse y sintiendo la mano de su abuela sobre su hombro y ésta
la de su amiga. Manuel iba delante sin silbar puesto que no sabía y a su lado
iba Cristina y Carlos que iban mirando cada trozo que había en el camino para
apartarlo hasta que los guerreros los vieron y los ordenaron que se adelantaran
que ellos los escoltarían. No iban a permitir que los ayudaran sabiendo que en
la otra parte del mundo iban a tener más peligros que los que se avecinaba. Los
tucanes con los Chibchas se estaban acercando, los pájaros, al oírlos, ahuecaban
el ala en un silencioso sonido. Manuel fue el primero en percibirlo.
¾
Carlos
algo pasa. Los pájaros pararon de cantar y se están marchando
¾
Si yo
tampoco oigo a los pájaros (Replicó Marco)
¾
Muchachos
el sacerdote maya me dice que escuchéis, y que nos aviséis de lo que escucháis
Si os confieso algo, yo me entero por mi magia pero no escucho solo oigo y de
momento no oigo nada. Vosotros sois nuestros oídos así que hacer caso al
sacerdote y escuchar. Xavier y yo permaneceremos a vuestro lado.
Los
muchachos agudizaban el oído en espera de escuchar algo fuera de la habitual,
Marco se centraba en no caerse y en guiar a su abuela, perdiendo parte de la
escucha. Dalia y Belén también lo intentaban siendo Dalia la que iba
despertando el sentido del oído. Dalia escuchó una bandada de aves pero
suponiendo que los mayas también lo habían oído, esperó a que alguno de sus
nietos los dijera
¾
¡Vienen
pájaros grandes! Creo que son grandes por el ruido de sus alas. Pero no son
águilas. No sé que son (Manuel se encogía de hombros)
¾
Muy bien,
Manuel (Connor le daba una palmadita en la espalda) Te felicitan los sacerdotes.
Son tucanes que traen viajeros por eso lo tosco de su volar.
Julia
los había visto por su espejo y señalándoselos a Xavier y Connor, fue hasta
Viro y Cuelebre en su barita mágica para advertirles de la eminente presencia.
Xavier propuso volver a dividirse para alejarles, en el supuesto caso que
volvieran a morder el anzuelo a lo que Connor le avisó, que Cayo lo mordió una
vez pero otra trampa igual, la detectaría. Había que buscar otra solución y
rápido. Julia que había vuelto, les escucho.
¾
Connor,
podemos utilizar nuestra magia. Cayo está lejos y los chibchas son guerreros no
traen a ningún brujo.
¾
Mi
querida amiga Cayo no andará muy lejos y si lo está es que está tramando algo.
Tú vigila el espejo a ver que te dice y yo emplearé la magia para detener el
ataque. Xavier es mejor que tú y Carlos estéis con ellos (Connor señalaba a las
mujeres y a los muchachos con un movimiento de cabeza) Estarán más tranquilos.
¾
Yo voy
contigo. Haré lo que digas pero mejor que no estés solo. Son muchos y si vienen
los Dragones no tendremos escapatoria para llegar al rio.
¾
Cristina
es peligroso. Pero te agradezco la ayuda
Connor
y Cristina se posicionaban encima de la copa de una ceiba, árbol sagrado de los
mayas, para ver la llegada y en qué formación venían. Cristina se puso a la
izquierda de Connor, e indicó a Viro que se escondiesen. Los tucanes venían de
frente en escuadrón con forma de avión. Connor haciendo un gesto a Cristina de
que la defensa comenzaba, sacó de un bolsillo un frasco con polvos de color azul,
dejando caer parte de ellos sobre su mano, para soplar direccionándolo hasta
los tucanes provocándoles mareos y haciéndolos descender sobre la selva donde
estaba Pegaso. Viro que no perdía detalle hizo el vuelo en vertical a 200
km/hora llegando primero que ellos y avisando al resto del grupo que se
escondiese. Los Dragones Negros estaban llegando y avisados por Cayo,
descendiendo hasta ellos rodeándolos con sus alas y sus llamaradas, siendo la
desventaja grandiosa y sin una salida fácil para los humanos. Los guerreros
mayas se pusieron al frente junto con Viro y Cuelebre permaneciendo Pegaso
junto a Xavier, Julia, Carlos y los humanos dentro del circulo que los
guerreros y sacerdotes, habían formado evitando que las llamaradas de los
Dragones llegaran a los muchachos.
¾
Cristina
no te muevas de aquí. Voy a tratar de entretenerlos y haré un pasillo para que
escapen
¾
No
Connor. Tú les eres necesario para que les informes de las intenciones de los
mayas. Yo lo haré
¾
No
puedo ni debo consentirlo. Lo siento Cristina pero te quedas
¾
No
seas testarudo. Los dos sabemos que si Cayo no aparece es que está tramando
algo más peligroso y tú eres más útil, en estos momentos para el grupo que yo.
Así que no se hable más. Yo lo haré, mi querido amigo.
La
piel de Connor se estremecía, los ojos luchaban contra sus aguas, la voz
temblaba cuando salía al despedirse de una amiga naga. Cristina, manojo de
alegría, que con sus aventuras, a los espíritus entusiasmaba llenándolos de
felicidad dentro de una amargura precisada. Cristina compañera de juegos de
Marco y Manuel, y a los que dejaba al cuidado de Carlos y del resto del grupo, como
jóvenes hombres que a pasos agigantados, estaban aprendiendo las durezas de la
vida para el bien del universo con la mirada se despedía de ellos. Cristina
bajaba sonriente ante lo que la esperaba en su barita hasta el jefe que estaba
al mando de los Dragones Negros, y contorneándose a la vez que se reía, jugaba
a subir y bajar rodeándole. Éste, enfadado con ella, dejó un momento el mando y
la estrategia y en un descuido y sin saber qué hacer, el segundo al mando abrió
un pasillo haciendo que la llamarada de Cuelebre lo matara. El grupo se movía y
silenciosamente se escapaba del acoso de los dragones malvados. Ya fuera del círculo,
Pegaso al galope llevaba sobre sus lomos a los humanos, Viro alzando el vuelo,
llevaba a los elfos y Julia que sin apartar la mirada y entre lágrimas veían
como los Dragones y los chibchas hacían prisionera a su discípula. Cuelebre, se
fue a por Connor y por primera vez a sus llamaradas las apagaba las lágrimas.
Marco y Manuel no tenían consuelo. Nadie ocultaba su sentimiento de impotencia
y rabia pero también de agradecimiento.
¾
¡Ya
van dos! (Carlos susurraba para sus adentros mientras miraba el cielo)
¾
Los
Dioses la cogieron en sus brazos y la llevaran a donde se merece. Se nos fue la
alegría del grupo, pero la Misión debe de continuar (Xavier hablaba sin
levantar la cabeza. No se atrevía a interrumpir la mirada de impotencia de
Julia)
Llegaban
al río al sitio donde les esperaban con las canoas preparadas. Los guerreros
que estaban por aquellas zonas habían inspeccionado el lugar creyendo uno de
ellos de haber visto a un inca. Los demás guerreros al saber que estaba muy
lejos de su zona, no le prestaron atención y creyendo que había sido una
visión. Pero un grupo de incas rebeldes y que por razones de codicia seguían a
Cayo, traicionando a su pueblo Merodeaba por aquellos territorios en busca de
información que pudiera servirles y cambiarla por algún favor que Cayo les
pudiera hacer. Los incas eran cultos pero estos mercenarios y traidores a los
ideales de su dioses no eran diestros en asuntos de espionaje. Viro acabó
detectándoles desde el aire y dejando a los elfos y a Julia en tierra fue junto
con Cuelebre a asustarlos provocando su retirada. Xavier, Julia y Connor ya
sabían que Cayo no andaba lejos y con la incertidumbre de sí sabría sus planes.
Cayo
ya estaba en la Isla de las Tortugas Gigantes (Las Galápagos) aprovisionando un
barco de vivieres necesarios para la travesía hasta tierras lejanas. Se reía de
las torpezas de sus enemigos y pensaba en como capturar el Gran Adamas junto a
los muchachos.
¾
No
pueden ser más tontos. Esos sacerdotes mayas no conocen mi poder. ¡Seguir
hablando, estúpidos! Que yo os perseguiré hasta las tierras de los hombres
amarillos. No sabéis de los canales y corrientes que yo haré y mis ejércitos os
hundirán el barco. No llegaréis a tierra. Solo yo, tendré el poder de escribir
en las Tablas y los jóvenes serán mis súbditos. ¡Memos!
Hacían
la bajada del rio rumbo este, cosa que a Dalia y a Xavier desconcertaban. El
mar estaba al sur y no encontraban motivo para ir por el este: “Un rodeo innecesario” pensaba Dalia,
pero los sacerdotes al igual que los guerreros sabían que seguir el caudal del
rio sería el camino de menos riesgo estando como estaban en guerra con sus
hermanos del sur. Connor que había escuchado parte de la conversación de los
sacerdotes informó al resto del grupo el por qué de ese rodeo. Pero Julia en su
espejo veía que ese rio no desembocaba en el mar y si en las montañas.
Notificando a Xavier de lo visto y temiendo que irían a pie volviendo a la
incertidumbre de cuando saldrían de allí y si lo harían con vida. Todo ere
cuestión de fe. El grupo viajaba en fila entre encinos, ceibas y orquídeas que
daban alegría al paisaje oscurecido entre algún que otro pastizal. Los
cocodrilos salían al paso como queriendo saludar y los monos seguían desde los
árboles el sendero que recorrían. La garza y el pelícano también salían al paso
en el que llegaban al cañón haciendo una imagen majestuosa con las montañas de
caliza. En uno de sus pasos en agradecimiento a nuestros pequeños héroes, una
de las montaña lució una cascada en forma de pino, y a la que los dioses
dotaron de aguas purificadoras del pecado. Toda la armonía entre montañas,
árboles y animales hacían que por unos momentos todos admiraran lo que la madre
naturaleza les regalaba y se olvidaron de los problemas, de los dolores, de los
temores e incluso por un momento les parecían ver que el regalo de la cascada
era obra de Cristina, diciéndoles que todo estaba perfecto.
Pasaron
dos días desde que tomaron el cauce del rio cuando llegaban a una presa donde
esté terminaba. Los sacerdotes se despedían de ellos dejándoles con seis
guerreros que los conducirían hasta el mar donde estaba el barco construido
para ellos con los víveres y ropas necesarias, según sus cálculos para la
travesía. Xavier les daba las gracias por sus enseñanzas, sus consejos y por la
protección que les bridaba. El resto igualmente se despedía siendo los muchachos
los últimos y donde el abrazo fue más cálido por parte de los sacerdotes. Se
habían encontrado a unos niños y estaban dejando a unos pequeños, pero grandes
hombres que devoraban todas las enseñanzas y con humildad de grandes guerreros,
aceptando sin lamentos, el destino que los dioses les confiaba. El sacerdote de
más edad, en agradecimiento por acatar las órdenes sin quejarse a pesar de sus
cortas edades, saco dos collares de oro macizo, que colgó a cada uno en el cuello
con la imagen de Kukulkán y deseándoles un feliz desenlace, dejó que el
guerrero de mayor graduación les entregara las flechas del arco que con el
futbol habían ganado, así como dos piedras de vidrio volcánico con la que
tallar cuchillas afiladas, lanzas y flechas.
Con
los Dragones Negros desorientados y Cayo planeando el viaje hasta tierras
asiáticas, Viro y Xavier volvieron a tomar el mando haciendo caso de las
instrucciones de los guerreros mayas. Tendría que escalar las montañas y el
descenso de las mismas, sin ser demasiado altas, era vertiginoso. Una
imprudencia, un mal pie colocado les arrojaría al abismo. Todo tenía que ser
cauteloso y milimetrado, antes de asegurase el paso. Tardaron tres lunas dando
reposo a los muchachos, cuando llegaron hasta el barco. Sus hermanos lo estaban
custodiando y lo tenían todo listo para zarpar. Se harían a la mar esa misma
tarde, cuando la noche comenzara a salir.