martes, 1 de mayo de 2018

LOS ELEGIDOS (Capitulo 9)


LAS ENSEÑANZAS DE LOS MAYAS

Las gaviotas nos avisaban que estaban próximos a la orilla cuando una rosada bandada de flamencos sobrevolaba sus cabezas. El clima era cálido nada que ver con el crudo invierno que habían dejado en la otra orilla. La lluvia escasa, jugaba a mojarlos tímidamente cuando los mayas se acercaron hasta ellos e indicándoles se fueron hasta un terreno con dunas y manglares. El grupo desembarcaba y con ellos los mayas que estaban en el Golfo. Ahora tenían que adentrase en la selva hasta el poblado de Chichén Itzá donde les esperaban con las perdiciones que les aguardaba y a donde tenían que dirigirse. Grandes astrónomos sabían que las estrellas los llevarían a la otra parte del mundo y que en su mundo sabrían de todas sus profecías. Dos lunas tardaron en llegar al lugar, tropezándose con jaguar, boas e iguanas que salían al camino, con los que tenían que luchar o esquivarlos. El Rey y el sacerdote mayor los recibirían. Antes de entrar al Templo/Castillo, Xavier se dirigió a las mujeres.

¾    Sé que no es necesario que lo diga, pero permitirme recordaros que estamos aquí como observadores y no podemos intervenir en la historia. Solo en vuestra era se podrá cambiar pero no en esta.

¾    No te preocupes Xavier, no diremos nada. Solo responderemos cortésmente

¾    Además me temo que nos tendrás que traducir tú. Los mayas tienes su idioma y nosotros no les entendemos. De hecho, cuando llegaron los españoles preguntaron a los nativos donde estaban, éstos les respondieron algo parecido a Yucatán, y los españoles dieron por hecho que así se llamaba el lugar, siendo la traducción al español, que no los entendía. ¡Y ya ves! Yucatán le quedó. Así que tranquilo que no, nos entendemos (Belén se encogía de hombros cuando los niños, Xavier y Connor se reían)

Entraban en el Castillo con las ropas de pieles de búfalo y castor. Los habitantes Chichén Itzá los miraban extrañados de lo abrigados que iban, para el tiempo que hacía. Uno de los sacerdotes que salieron a su encuentro, al verlos, les indicó que lo acompañaran hasta una habitación, en las que las mujeres mayas, tenían ropas para darles y apropiadas pare el lugar en el que estaban. Una vez aseados y vestidos para la ocasión, salieron de la cámara en espera de que los fueran a buscar y los llevasen hasta el Rey. La curiosidad de los muchachos hizo que Dalia se pusiera nerviosa. Los artesanos mayas estaban decorando las paredes y otros mayas escribían los acontecimientos en dibujos, algo que a ellos les hacía gracia. Dalia los cogió por un brazo a cada uno y con enfado y reprendiéndoles para que no se movieran de su lado. El sacerdote que los habían llevado hasta allí, se hizo esperar y cuando llegó con un movimiento de mano les indicaba que lo siguieran. Subieron por la escalinata hasta el Templo donde les enseñarían todo lo construido y lo que sabían del universo. Los matemáticos también estaban con ellos en el caso que fuera necesario sus explicaciones del por qué de lo que iba a acontecer.

Alcanzaban el último escalón con el sol en lo más alto, con la respiración entrecortándose al latido del corazón. Entraban con indicaciones de que se sentaran enfrente del Rey. Uno de los sacerdotes, el más viejo, abrió el Popol Vuh. En el escribían sus profecías y lo que iban descubriendo en arquitectura, ingeniería, astronomía y arte. Sus escrituras eran jeroglífica y algo entendible para Belén pero más para Xavier, que con sumo cuidado de no molestar al Rey miraba de reojo. El mayor de los sacerdotes tomó la palabra dirigiéndose a los invitados, en lengua maya.

¾    Los Dioses han hablado y nos han dicho que os digamos sus profecías. Que enseñemos a los niños a tallar la piedra para hacer herramientas y a escuchar, Que les enseñemos el cultivo sin transformar la naturaleza. Podremos hacer pequeñas obras, pero siguiendo el curso que ella nos manifiesta. Estaréis entre nosotros lo necesario hasta que los pequeños hombres aprendan lo que consideremos importante y siempre con el consentimiento de los Dioses, sin olvidarnos de escribirlo en el Popol Vuh. Después os marchareis al otro lado de mundo donde tendréis que aplicar todo lo que en esta Misión estáis descubriendo. Por hoy iros a descansar, dos sacerdotes os acompañara a vuestras casas y mañana os levantarán temprano para las primeras enseñanzas. Iros y recuperar fuerzas.

Salían del templo dispuestos a bajar los estrechos peldaños de la escalinata del Kukulkán cuando Dalia le hizo una observación sobre donde escribían los mayas.

¾    Belén ¿te fijaste donde escriben? Y el colorido que le dan. Usan mucho el negro, el rojo y el azul… Son alegres, estas gentes.

¾    Si hasta hubo un momento que pensé que el papel lo inventaron ellos… El que abrió el sacerdote era madera pero atrás de él había uno que era piel de venado… ¡Podría ser! Es una cultura muy avanzada para su tiempo

¾    Es corteza de amate… (Xavier que parecía ausente, las sorprendía con la respuesta) Son gente sabía. Podrán enseñarnos la naturaleza y como escucharla. Con tanta vegetación nos es difícil ver a las gentes por eso creo que hacen estos templos, para ser escuchados ya que no pueden ser vistos.

Al final de la escalinata, el resto del grupo les esperaba con la emoción de obtener respuestas a sus preguntas. Viro, que ya se veía camino a donde estaban las Tablas. Pegaso, que pensaba que no estaban lejos de allí. Sin embargo Cuelebre permanecía ajeno a toda preocupación y se dedicaba a ver como algunos mayas cuidaban de un árbol con pintas de bailarines. Cuelebre se acercaba a ellos y se divertían asustándolos abriendo la boca como si les fuera a echar una llamarada. Viro al verlo, se acerco a él para reprenderlo. No había que asustar a los mayas, de lo contrario no los ayudarían. Xavier llamaba a Viro con la cara de no tener nuevas noticias. Era cuestión de paciencia y esperanza en que el sacerdote al mando de instruirles, lo creyera conveniente. Los comanches cuando vieron el momento en que sus amigos ya estaban seguros, se despidieron de ellos para volver al poblado con sus gentes. Habían tomado buena nota del lugar y sobre todo de cómo construían sus cabañas así como ropas. Connor abrazó uno a uno a la vez que les comunicaba que todavía permanecería en el lugar. Volvería a casa en cuanto los dioses así se lo dijeran. Todos los despidieron con cierta tristeza y agradecidos.

El resto del día fue para descubrir Chichén Itzá, donde veían como con tan pocos medios hacían obras artesanales. Fue sorprendente y estremecedora la parada en el Cenote Sagrado, al ver como hacían sus ofrendas con piezas de oro y sacrificios de animales y humanos. Las diferencias de clases eran notables y evidenciando que los sacerdotes venían de la nobleza y que eran los que leían y descifraban el Popol Vuh, su libro sagrado al que en occidente lo llaman biblia. También supieron que los que llevaban de adornos conchas eran de la nobleza por lo tanto hombres con cierto poder. Se despejaron las dudas de que eran los esclavos con algún que otro plebeyo los encargados de las construcciones por indicaciones de los arquitectos/artesanos. Los muchachos se arrimaron a un artesano de Jade. Su dureza hacia que fuera bueno para las herramientas y utensilios que pareciendo difícil el darle forma, para maestro artesano era fácil. Éste, al ver la curiosidad de Marco y Manuel, le invitó a hacerlo, invitación que tomó Manuel, siendo más habilidoso que su hermano en estos menesteres.

Comenzaban a asomarse los rayos del sol cuando un guerrero fue a buscarlos. Viro que lo habían visto, estaba en guardia, receloso de que enviaran a un guerrero y no a un sacerdote, avisó a Pegaso que no tardó en posicionarse junto a él, y Cuelebre se fue hasta los muchachos. Los guerreros, al ver a Cuelebre en posición amenazante, llamarón a sus compañeros para irse hacia él, con cara de pocos amigos. El Puma, que sabía de los dudas que tenían, enseguida fue a calmar a Viro y con él al grupo recordándoles que eran amigos y que ellos eran los encargados de hacerlos hombres fuertes y sabios. Viro, le dio la razón al puma y le hizo seña a Cuelebre, de que se apartase, los tendrían controlados desde la distancia. Xavier y Connor se acercaban hasta los guerreros, esperando que Connor supiera que tramaban. Connor los tranquilizo a todos y los guerreros junto con dos sacerdotes los adentraban en la selva. Tenían órdenes de llevarlos a dos cabañas opuestas una al este y la otra al oeste. El grupo quedaba dividido en dos, con seis guerreros Dalia, Belén, Marco y Manuel junto con un sacerdote se iban al este y el otro grupo se iba a la cabaña del oeste con cuatro guerreros y un sacerdote. El Rey de los Mayas quería saber cómo se desenvolvían sin sus amigos.  Estaban solos en la selva, con todo lo necesario para alimentarse, vestirse y curarse. Los guerreros y el sacerdote no les ayudarían solo observarían y anotarían sus comportamientos.

Al llegar al destino, la primera en adentrarse en la cabaña fue Belén seguida de Marco, permaneciendo fuera Dalia y Manuel contemplando la selva y escuchando canciones de pájaros y lamentos de venado. Un escalofrió recorría el delgado cuerpo de Dalia que persignándose mirando al cielo, entró en la cabaña con paredes entretejidas con cañas y barro y un techo de paja que los mayas les tenían preparada. Dalia ya adentro, miró los lechos de paja donde iban a descansar de sus dolores y de las llagas de brazos, piernas y pies por los ramajes y caminos dificultosos, que los habían conducido hasta allí. Manuel, vio una manta que estaba envuelta con un nudo demasiado apretado para sus fuerzas y volviéndose a Marco, que no le perdía de vista y también la vio, se acercó para cesar en el empeño, teniendo que llamar a su abuela. Dalia al abrirla, vio cuchillos, de piedra y hueso, unos utensilios de barro sin decorar que servían como vasos y hondillos que supusieron que era para comer, y de madera tallada algo parecido a un tenedor. Detrás de la manta estaba una especie de cazuela de barro grande con lo que poder cocinar aparte de ropas limpias y nuevas.

Cuando las mujeres vieron que la cabaña era pequeña para ocuparla todos, Dalia supuso que habría otra cerca aunque no lo hubieran visto. Belén salió fuera con la esperanza de que el sacerdote la entendiese. Miró a un lado y luego al otro y no había rastro de ellos, ni cabaña cercana. Belén con el rostro pálidamente desencajado, no quería dar la notica a su amiga, pero ésta salió a fuera.

¾    ¿Belén te has podido entender…?

¾    No, Dalia. Se han ido

¾    No te preocupes no tiene que andar muy lejos. Seguro que nos están poniendo a prueba. Eso es todo

¾    ¡Pero Dalia, no escuchas! Hay animales salvajes cerca ¿Cómo vamos a vivir aquí si no lo conocemos ni tenemos comida?

¾    Esa es la prueba Belén. Creo que quieren saber si nos sabemos valer por nosotros mismos. Solo tenemos que recordar todo lo que nos han ido enseñando y nuestras propias experiencias. Debemos de calmarnos y no poner nerviosos a los niños. Respira hondo tres veces antes de entrar, por favor…

¾    Si lo haré pero espero que tengas razón, que no anden muy lejos por si los necesitamos. Tú sabes de hierbas así que creo que nos alimentaremos de eso.

¾    Y cazaremos. Entre los cuatro algo cazaremos, bueno entre los tres que Manuel no lo veo yo por la labor (Las dos soltaron entre risas partes de sus miedos)

 El cielo se coloreaba con tonos amarillos y naranjas cuando Marco y Manuel que estaban con sus ejercicios de defensa personal, vieron como un conejo esta observándoles. Marco le hizo seña a Manuel que no hiciera ruido y levantándose despacio fue por detrás del conejo. Dalia que ya lo había visto antes, le dio una especie de jabalina a Marco para que la lanzase. En verdad era un palo que tenía atado lo que los mayas les dejaron con tres punzas y de lo que ellos creía que era un tenedor. Marco acertó a la primera y el conejo permaneció herido en un costado. Su abuela se apresuró a ir hasta el conejo, antes de que se escapar para rematarlo y prepararlo para la cena. Al menos esta noche dormirían con los estómagos llenos los próximos días quedaban en incertidumbre para ellas. Belén que se había alejado con esperanza de ver al resto del grupo, llegaba con la cabeza inclinada hacia el suelo, no había rastro de nadie y lo único que le alegró el camino fue un arrollo próximo en el que poder bañarse. Cuando levantó la cabeza al oír el entusiasmo de sus amigos aceleró el paso hasta ellos, Dalia con el cuchillo le estaba atando las patas a una estaca que Manuel había encontrado. La cena era asado de conejo con moras que habían recolectado de un arbusto que había repleto.

Habían pasado la noche tranquila turnándose Dalia y Belén para cuidar el fuego y así alejar a los jaguar que andaban cerca Amanecía soleado y los cuatro trataban de memorizar todo lo aprendido y lo que no recordaba uno se lo recordaba otro. Marco y Manuel ya sabían guiarse por las estrellas donde estaba el norte. Conocían a la Osa Menor a y al Mayor de verla todas las noches. También sabían que de día debían de fijarse en el color del verde, el más oscuro era el norte por lo que ellos estaban en el este. Los conocimientos del medio les hicieron fijarse en cada centímetro de la selva agudizándose los oídos para detectar si había alguna fiera cerca. Iban explorando el territorio cuando Manuel vio una palmera llena de cocos pero era muy alta para escalarla ellos solo con las manos. A Dalia se le ocurrió usar un jerséis que tenia, para que con él, y con los pies intentar coger alguno. Belén lo intentó una escalada a la copa del árbol sujetando con las dos manos el jersey que abrazaba al árbol y usando los pies como si caminase por el tronco. Su intento resultó ser un fracaso al no llegar ni a la mitad de la palmera. Pusieron todas las miradas y esperanzas en el más deportista del grupo. Dalia, conociendo a su nieto, le habló.

¾    Marco, necesitamos beber, y del agua del arroyo no sabemos si podemos hacerlo, pero esos cocos si tienen líquido que nos aportara nutrientes y nos calmarán la sed. Sé que ya eres un hombre valiente y que vas a intentar subir. Nosotras estaremos aquí abajo por si te caes cogerte. ¿Lo vas a intentar? ¿Sí?

¾    Venga Marco, te prometo no reírme si caes. Yo subiría pero estoy lesionado (Manuel se había hecho daño tallando un palo terminando en punzón para poder pescar) Toma te dejo el palo de pesca.

¾    ¿Y cómo lo hago? Belén subió poco

¾    Marco tú tienes que hacer lo mismo que Belén pero tú al ser más delgado y más ágil podrás llegar más arriba Lo que debes de hacer es no mirar para abajo solo para los cocos y no temer miedo. No permitiré que te pase nada. Te necesitamos.

¾    Marco, recuerda que eres un guerrero valiente como te dijo Carlos. Y sabemos que puedes hacerlo mucho mejor que yo.

Marco cogió el jersey y mirando hacia arriba comenzó a trepar por la palmera. Estaba casi arriba cuando oyó a un jaguar merodeando cerca. Marco sujetándose fuerte al jersey miró para abajo y con señas, sin meter ruido como le había enseñado Carlos, les avisó. Dalia que ya lo había oído rugir, le hizo seña que no se moviese hasta que se alejase, al a vez que se persignaba pidiendo que el jaguar se alejara. Marco volvió a trepar, una vez que el jaguar estaba lo suficientemente lejos, hasta que el palo que llevaba a la espalda, llegase a los cocos. Llegó a tirar seis para la alegría de él y del grupo. El bajar, fue una subida de adrenalina que le enrojecía el rostro con la felicidad de misión cumplida.

Volvieron a la cabaña con la esperanza de que el grupo estuviese en ella. Agudizaban el oído creyendo oír voces, pero solo oían los cantos de las aves y el sonido del arroyo que bajaba. Entraron en la cabaña revisando que estuviera como lo habían dejado y una vez que se sintieron seguros en ella, se acomodaron para empezar a abrir los cocos, calmando la sed. Manuel, al que se le daba muy bien las manualidades pidió permiso a su abuela para hacer con una piedra pulida y un palo de madera que había suelta por la selva una especie de cuchillo más grande para partir mejor los cocos. Una vez que lo obtuvo el permiso, pero siempre que estuviera delante ella o Belén, comenzó a tallar el cortante de la piedra a la que uniría haciendo dos agujeros que en cada lado (uno arriba y otro abajo) serviría para sujetar el palo usado como empuñadura. Un machete prehistórico salió de las manos del joven artesano. Marco todavía contaba lo emocionante que fue trepar a la palmera, mientras Dalia pensaba en que habría que hacer algo en vista que no volvían. No podían permanecer mucho tiempo allí. Salieron a fuera, Marco junto con Manuel encendieron el fuego y las mujeres conversaban,

¾    Si es una prueba creo que ya es más que suficiente (Aseveró Dalia)

¾    Yo pienso lo mismo. Te confieso (Bajaba el tono hasta casi un susurro) que tengo miedo. Pero ¿qué hacemos?

¾    Belén tenemos que irnos. No sé a dónde pero debemos de intentarlo. Si nos están observando nos seguirán y sino al menos lo intentamos.

Los muchachos que ya habían encendido el fuego estaban en silencio escuchando todo lo que hablaban. Marco permanecía pensativo como si intentara recordar todo lo aprendido y Manuel, que siempre parecía más despistado, las miro y dirigiéndose a su abuela.

¾    Aya, Carlos y Xavier nos dijeron que cuando viéramos un rio, nos guiáramos por él, y que siempre encontraríamos un poblado al este o al oeste. El arroyo está ahí solo tenemos que ir hasta él y escoger para donde tirar.

¾    Si aya. Yo se lo oí a Xavier.

¾    Manuel cada día me sorprendes más, ¡eres como tu padre! Pero vamos hacerte caso y mañana si al medio día no viene nadie, cogeremos los bártulos que podamos y tomaremos camino. Belén estamos, según los niños, en el Este ¿Seguirnos más para el Este o nos vamos para el Pacífico?

¾    Dalia, más al Este está Chichén Itzá y no creo que el grupo esté allí si salimos todos juntos ¿No crees?

¾    Si, tienes razón. Si nosotros seguimos en el Este, es muy probable que ellos estén en el Oeste. Hay que cruzar el arroyo. Tendremos que hacer una balsa como podamos. Al menos para que no se nos mojen las ropas y no perdamos herramientas que podamos necesitar.

¾    No tenemos machete aya para cortar los troncos.

¾    No Marco pero con los palos esos que encontrasteis vosotros y si buscamos más haremos una pequeña para pasar las cosas sin que se nos mojen. Mientras nosotros buscamos Belén y Manuel podía intentar hacer cestos para meter las cosas dentro. ¿Qué decís, vosotros?

¾    Que podemos intentarlo, pero mejor vamos todos juntos y nos ponemos manos a la obra ya que si no tardaremos más de un día en salir de aquí.

¾    ¡Bien…! Ya sabemos lo que vamos hacer. A ver si los encontrarlos pronto al resto del grupo, es raro que no nos haya visto Cayo ¡Oh nuestros amigos nos están protegiendo!

El naranja se escondía tras del negro, cuando la Luna sonreía, Dalia entre palo y palo que iba cogiendo pensaba que era hora de descansar, para lo que les esperaba mañana, No tardó en sugerir de irse ya, para la cabaña con los palos que tenían. No sería una balsa grande pero para pasar el arroyo con los enseres serían suficiente.

¾    ¿No crees Dalia que estas hierbas son buenas para comer?

¾    Pártelas y si sueltan un líquido blanquecino, déjalas. Pueden ser venenosas

¾    ¡Jo… yo no quiero más hierbas! (Manuel tenía hambre y eso no lo calmaba)

¾    ¿Miramos si hay conejos y lo cazamos, aya? Manuel trajo la lanza

¾    ¡Está bien…! Belén ve tú con Marco por la derecha y Manuel y yo por la izquierda. Marco ¿Quieres llevar tú la lanza? Nosotros si cazas correremos para apresarlo (Dalia vio la cara de disgusto de Manuel, al fin y al cabo él era el que hacia las herramientas). Manuel nosotros estamos en la retaguardia para que no se escape. Y te voy a contar un secreto, cuando los soldados van a la guerra, los que están en la retaguardia, como ahora estamos nosotros, son más importantes para la victoria que los que están en el frente.

Cazaron una liebre que asaron para la cena. Todos iban pensativos en lo que les esperaba sin saber si el resto del viaje lo iban hacer solos. Dios no podía dejarles sin compañía ante el temible Cayo y los peligros del camino. No sabían a donde ir y que es lo que debían de hacer pero tenían claro que no debían de permanecer más en la cabaña. Esa noche dormirían por turnos siendo los primeros los muchachos que harían guardia de dos horas, el resto lo harían las mujeres avivando el fuego.

Daban las claras del día cuando Dalia ya estaba entrelazando los palos con cuerda que había encontrado en la cabaña, sonriendo a Belén que le daba los buenos días. Marco estaba despierto pero el cansancio del día anterior aún hacia mella en él. Manuel dormía plácidamente cuando Belén les llamó. Manuel se había convertido en el surtidor de herramientas, Carlos le habían enseñado a tallar la madera hasta convertirla en algo útil. Los Palaches también le habían enseñado y algo los Comanches. Los dos hermanos llegaron a complementarse siendo Marco el del trabajo físico, como la caza el trepar árboles y en la lucha. Y Manuel era el que hacia el trabajo manual necesario para el grupo. Con sus pequeñas y delgadas manos hacia todo tipo de utensilios y sabían hacer cestos de paja. Hoy lo levantaban para que comenzara con ellos y los terminara para pasar el arroyo que no cubría más de un metro y medio.

Aún con las legañas en los ojos, Manuel se sentaba sobre un troco y al lado la paja que Belén le había colocado a su alcance. Mientras que Dalia y Belén se iban en busca de más troncos así como por zarzamoras y todo lo comestible que encontraban. El sol iba camino del oeste cuando Manuel acabó el segundo cesto, Marco estaban llenando el cesto que su hermano había terminado, con todo lo necesario para el camino. La balsa estaba ya terminada y entre las dos mujeres la llevaron cerca de la orilla volviendo a dejar a Marco al cuidado de su hermano.

¾    Marco ¿Vamos hacer el viaje solos? Tengo miedo

Marco se levantó para sentarse junto a su hermano y pasándole un brazo por encima del hombro, lo apretó contra su hombro y casi susurrando pero consciente, de que él tenía los mismos temores que su hermano, le hablo.

¾    No lo sé pero no tengas miedo que estamos contigo y yo te cuidaré. Tú termina el cesto para irnos a ver si vemos a Carlos, Cristina, Cuelebre… A todos.

¾    ¿Y si no los vemos?

¾    Si los veremos. Y si no la aya y Belén sabrán lo que hacer.

¾    Ya terminé el cesto.

Llegaron las dos mujeres miraron los cestos terminados y entraron en la cabaña para recoger lo que les quedaba. Metieron una cazuela, los vasos de barro, el cuchillo y la lanza que habían hecho con lo que parecía un tenedor de tres puntas. Cogieron la manta que les habían dejado envuelta y atada con cuerda para ponerla de bandolera y la lanza que Manuel hizo para la caza. El sol, las estrellas los acompañaron y el Señor del Universo les protegía de todo mal. Encabezaba la marcha Dalia y la terminaba Belén rumbo al arroyo.

¾    ¡Espera aya! Carlos nos dijo que antes de cruzar un rio teníamos que mirarlo para ver si había animales peligrosos. Puede haber cocodrilos

¾    Si aya, dijo que pusiéramos un palo y cuando la sombra se moviera un dedo cruzáramos (Marco clavaba un palo a la vez que lo decía)

Cuando la sombra se movió lo necesario y viendo que no había ningún peligro, cruzaban el arroyo, pasando primero a Marco sobre la balsa con un cesto y volviendo Dalia a por Manuel y Belén, que la ayudaba a empujar la balsa con él encima y el otro cesto. Las mujeres salieron empapadas a la orilla. Se quitaron el vestido que los mayas les habían entregado quedando en ropa interior que ellas llevaban. Hicieron parte del camino así, hasta encontrar una explanada en la que poder acampar, colgando los vestidos sobre los hombros para que se secaran. Encontraron un lugar llano en el que decidieron descansar, buscando estacas que clavadas al suelo, aguantaran la manta. Los muchachos se encargaban del fuego.

El sacerdote y los guerreros mayas que los seguían a una distancia prudencial para no ser vistos, pensaron que ya era hora de estar con ellos y mostrarles todas sus creencias y de cómo observar con los oídos cuando la vista no alcanza. El sacerdote comprobó hasta donde podían llegar pero el camino que les esperaba estaba compuesto de más peligros y más batallas donde alguno de sus amigos podría caer en la lucha. Se paró unos segundos y ordenó a los guerreros quitar la manta y los palos mientras él hacía gestos para tranquilizarlos y que lo siguieran. No muy lejos tenían un refugio subterráneo donde pasar la noche y con un venado que habían cazado para alimentar a los jóvenes estómagos. Las mujeres lloraban sin estar segura de si era de felicidad o de temores, pero decidieron acompañarles.

En cuanto el alba comenzó asomar, el sacerdote despertaba a todos para la marcha hasta la cabaña donde estaban esperándolos. Los mayas iban descalzos y escasos de ropa cosa que a los niños les impresionaba. El sacerdote al darse cuenta en que se fijaban los pequeños hombres, como ellos los llamaban, les hizo descalzarse de las botas hechas con pieles que les habían regalado los comanches. A las mujeres también las obligo a descalzarse, sus pies debían de acostumbrarse a la dureza del camino y tendrían menos heridas si iban descalzos. Los guerreros entre parada que hacían les daban agua para mojar los labios, no era aconsejable que bebieran en abundancia estando en la selva. En cada parada que hacían ponían ejercicios de lucha a los niños y el sacerdote con señas iban enseñando los insectos comestibles que habían en el lugar, así como a veces les tapaba los ojos a los cuatro para que solo escucharan. Era imprescindible saber escuchar y no oír. Solo se oye los ruidos, sean armoniosos o no pero escuchar, es aprender a distinguir a un animal de otro, a saber que ave es la que canta, a comprender el estado de ánimo de tu amigo. El escuchar les podría salvar la vida.

Habían pasado cinco lunas y seis soles cuando llegaban a la cabaña del oeste. Viro que los había visto desde lo alto, enajenado de alegría voló para contarlo.

¾    ¡Ya están aquí! Y están a salvo

Pegaso voló hasta ellos posándose junto a los muchachos, que al verlo, corrieron hacia él, con la felicidad en la cara. Los guerreros tenían órdenes de que nadie los ayudara bajo ningún concepto, posicionándose, delante de ellos formando un semicírculo. El sacerdote habló cuando vio a Connor llegar.

¾    Connor los pequeños hombres deben de hacerse fuertes y madurar. Están muy débiles de mente y de físico. En estos días los he visto evolucionar pero todavía les queda. Sé que sus pies están doloridos y dejé que la mujer tostada les pusiera eso hecho con algodón y forrado con hojas secas, en ellos peo tienen que llegar hasta la cabaña caminando al igual que nosotros. Dile al corcel que se vaya. No tardaremos mucho en llegar.

Connor les comunico las intenciones de los mayas y que él pensaba lo mismo. Los muchachos estaban demasiado protegidos y ya iban camino de convertirse en hombres, sin olvidar sus juegos de niños pero responsabilizándoles de lo que es el deber, para con ellos mimos, para con la naturaleza y para con sus amigos y vecinos.

Pegaso iba al paso, lo más cerca de ellos por si alguno desfallecía. Connor iba a su lado sin perder detalle de las enseñanzas que por el camino los guerreros les iban dando. Carlos que había salido a medio camino, al ver que Pegaso y Connor que cerraban el grupo en silencio, esperó a que pasaran, para ponerse atrás junto a ellos. A la entrada de la cabaña les esperaba Xavier, Julia, Cristina junto con el sacerdote que estaba con ellos y los cuatro guerreros.

Acababan de acomodarse en la cabaña, donde tendrían dos días de reposo y aprendizaje. Xavier que se fijó hasta el mínimo detalle comprobó que sus caras y la falta de brillo en sus ojos delataban un cansancio desanimado. Las heridas que traían se curaban pronto pero ¿cómo subirles el ánimo y convencerlas? Titubeaba en cada paso que daba y Connor que lo observaba se paró delante de él.

¾    ¿Has visto el desánimo igual que yo, no?

¾    Si Connor… No sé si esto acabará en buen puerto, como dice Dalia… ¡Hay que animarlas!  Y no sé cómo. Todavía nos falta lo peor y no estoy seguro de decirlo. Hasta los pequeños hombres están bastantes cansados y doloridos ¿Pero sabes lo que vi en ellos? Una fe más grande que la de su abuela y la de su amiga. Son hombres y ya sabemos que estamos preparados para esto… Son ellas las que me preocupan, las que veo derrotadas y deseo que sea por el cansancio. Viven en un mundo donde todo se reduce a facilidades y comodidades innecesarias

¾    Esta noche descansarán y mañana las llevaremos al rio para que se bañen disfrutando del paisaje acompañado del canto de las aves, y verás cómo se sentirán mejor. No las agobiemos y pensemos como trazar el camino hasta el oeste. Será dificultoso pero emocionante. Yo os dejaré en cuanto estemos en el mar y me iré a mi casa que, siento que me necesitan.

¾    ¿No nos acompañarás el resto del camino?

¾    No mi querido amigo. Mi deber se terminaran cuando os deje en un barco rumbo al viejo mundo. Tuve una visión y creo que las Tablas Sagradas están en él y no en este. Por mi parte, le enseñé a Julia todo lo necesario para un buen viaje en cuanto a magia se refiere. Le conté todas la visiones que tuve y como combatirlas .Ella se las ira contando a Belén por lo que pudiera pasar y continuar la Misión lo mejor posible

¾    Me estas asustando. ¿Quieres decir que alguno de nosotros no llegaremos al viejo mundo?

¾    Me temo que no. No vi el rostro pero al menos uno de vosotros no llegará. Espero que estos días tanto Dalia como Belén memoricen todo lo aprendido. A los hombrecitos los veo más maduros que cuando los conocí y Manuel ya tiene la mano hecha para hacer todo tipo de herramienta necesaria. Marco es más responsable y cada día cuida más de su hermano. Sé que lo lograrán

¾    Todos deseamos que lo logren pero hay momentos como este en que lo dudo.

Marco se tumbaba sobre la hierba mirando los árboles que servían de hogares a las aves. Se fijó en un tucán lleno de colorido y con el cuello amarillo, se reía mientras lo observaba. Manuel salía para ponerse junto a él y Carlos que no les perdía de vista también hizo lo propio. Cristina estaba con Julia pendientes del espejo y en guardia por si aparecía Cayo que no andaba lo bastante lejos para sus gustos. Dalia terminaba de acomodar lechos donde dormirían los niños cuando decidió salir a tomar un poco de aire y calmar sus pensamientos, Belén estaba absorta en todo lo que en la carta le había dicho pero siguiendo a su amiga, a donde quiera que ésta iba. Las dos se tumbaron sobre la hierba un poco más apartadas de los muchachos y relajadas sabiendo que no harían guardias.

¾    Belén ¿Sabes hacia dónde vamos?

¾    Creo que oí que al oeste. ¿Por qué?

¾    Me lo temía… Tendremos que subir otra vez montañas. Hacia el oeste esta la cordillera, a la que por aquí llaman la Sierra Madre. Supongo que tendrán ropas de abrigo para darnos

¾    ¿Estás segura?

¾    Si Belén… Estamos camino de Chiapas y hay que pasar la cordillera que nos llevará al Pacífico. Creo que vamos otra vez, a hacernos a la mar. Mañana hablaré con Xavier para no partir, sin las fuerzas necesarias… ¡Lo que daría por estar ahora en mi casa! Cuando llegue me daré un baño de espuma y no saldré hasta que el agua se enfríe. Luego me iré a un buen restaurante y me comeré un consomé seguido de paté de faisán caramelizado y reducción de Módena y de postre una porción de tarta Sacher con helado de vainilla.

¾    ¡Qué fina me ha salido la niña! Yo me comería ahora unos huevos a la flamenca y un cocidito andaluz con su zanahoria, sus habas, su hierba buena, su calabaza...  ¡Y cómo no! Mi gazpacho que hay que ver lo bien que me sale. A Curro le encanta y con eso, le saco dinero para irme de compras. 

Las dos rompieron a reír al unísono cuando Belén termino la frase, siendo la mirada atónita de todos. De la tristeza habían pasado a la alegría en cuestión de segundos. El cansancio hacia que los niños se quedasen dormidos, siendo Carlos el que los acostase sin despertarlos. Todos decidieron irse a dormir quedándose Cuelebre en la primera guardia. Los sacerdotes hablaban entre ellos de lo que tenían que comunicar por orden del Rey al igual que sus conocimientos que revelarían mañana

Era alrededor del medio día cuando estaban todos en el rio, menos Xavier y Connor que estaban reunidos con los sacerdotes mayas. El sacerdote de más edad y el más sabio, era el que hablaba.

¾    Según nuestros estudios y lo que los dioses nos dejaron ver es que, debéis cruzar el mar hacia otras tierras donde están las Tablas Sagradas en las que reescribir la historia.de este planeta. El mundo en el que se mueven ellos y que dice Connor, que es un caos, no es novedoso para nosotros, ya nuestros Dioses lo dejaron escrito, de que el hombre llevaría su casa a la destrucción. Habrá grandes pájaros sin sangre que serán derribados y temibles para los poblados. Habrá grandes telas de araña en los cielos que matara a nuestras aves y al hombre. La naturaleza será hostigada y azotada y habrá un día que se revele contra el hombre. El dios del mar hará, que sus aguas azoten los poblados y a los barcos que osen el asesinato de sus vecinos. Pero todo esto es difícil de entender aún para los pequeños hombres. Ellos se están haciendo fuertes pero hay que explicarles el por qué de las cosas y el por qué no deben de transformarse. Somos nosotros los que nos tenemos que amoldar a la naturaleza y no la naturaleza a nosotros. Nosotros sólo cambiamos lo que ella nos ofrece, haciendo herramientas, ropas y joyas que poder lucir sin cambian nada de nada. Sólo cogemos los frutos que nos da, y eso es lo único que se puede cambiar. Si derribas árboles tendrás espacio pero te llegará a faltar aire y dejará sin hogar a miles de animales, si quemas las tierras, tardaran en darnos alimento y los animales morirán. Todos somos necesarios y todos podemos habitar este planeta. Hay otros mundos allá arriba pero a nosotros nos dieron este y si no lo cuidamos desaparecernos todos. Aquí tenéis un dibujo detallado hacia donde debéis ir, según nuestras visiones. Cruzaréis el mar y habrá tierra firme en la que podréis descansar hasta llegar donde las gentes de alrededor de la isla a la que vais son de color oscuro. Es un pueblo enemigo de todo extranjero y protegido por arrecifes de corales. Sus hombres son cazadores y recolectores al que uno de sus Dioses, les habló de vuestra llegada. Aunque antes, debéis de ir a un pueblo donde sus gentes son pacificas y de color amarillento sin cabellera. Ellos os enseñaran a tener fuerza interior y a saber esperar. Es muy importante el equilibrio de las cosas. Nosotros les enseñamos a escuchar y también a Dalia y Belén, les enseñamos hacer herramientas, sobre todo al más joven que es un gran artesano. Su hermano es más guerrero pero los dos se necesitaran, y deberán estar preparados. No todos llegareis a las Tablas Sagradas por eso mientras queden fuerzas no escatiméis de enseñar vuestra sabiduría, cuanto más aprendan será mejor para supervivencia de este planeta. No debéis ser blandos con ellos, que de eso ya se encargan las mujeres.

¾    Connor, pregúntale si hasta el mar nos quedan muchos días y si tenemos que hacerlo a pie.

¾    Lo haremos a pie hasta llegar a las montañas, allí nos esperan nuestros guerreros con dos canoas en las que viajar por el rio hasta un lago donde termia. Lo haremos de día ya que estamos en guerra con poblados próximos. Es peligroso, pero llegaremos antes que a pie. Haremos paradas para dormir en lugares que exploremos y sean seguros y pensamos que en eso, nos pueden ayudar los animales que os acompañan. Lo tenemos todo previsto ante cualquier contratiempo.

La tarde hacia acto de presencia en la que algunos estaban descansando dentro de la cabaña y afuera, echados sobre la hierba, estaban Carlos, Marco y Manuel y Cristina que les contaba una historia que le había pasado o se inventaba. Marco, la escuchaba a la vez que se fijaba en los guerreros que tenían algo parecido a un balón y señalándoselo a Manuel, fue éste con su voz más tierna y su mirada más picara a pedirles la pelota para jugar al futbol. El guerrero lo miraba sorprendido, el juego que ellos realizaban al que perdía le decapitaban y eso no podían hacer con ellos. El guerrero miro a uno de los sacerdotes sin entender ni saber lo que debía de hacer logrando acabar con la poca paciencia que tenía Manuel y viendo que no lo entendían, llamó a Connor y a Marco para que les explicara, como jugaban ellos con sus amigos al futbol. No tardaron en comprender el juego formando dos equipos y teniendo de portería cuatro árboles dos por cada bando que más o menos tenían la misma distancia. De porteros se ponina los guerreros y Carlos jugaría con el bando de los muchachos. Viendo que Manuel no tenía facultades y ante el aviso de los sacerdotes, los guerreros lo dejaban pasar disimuladamente. El equipo de Marco y Manuel ganaron por 10 a 9, siendo el trofeo un arco hecho de madera noble. Los muchachos estaban entusiasmados llegando casi al éxtasis eufórico por el triunfo y porque hacía tiempo que no jugaban como niños. Por primera vez a Manuel le gustó el futbol, por primera vez Marco ayudaba a su hermano en el juego. Dalia los miraba embelesada de cómo estaban madurando y siendo los dos uno solo. Por primera vez no solo se sabían que se querían si no que también lo demostraban. No había duda para Belén, el por qué ellos habían sido los elegidos.

Apenas asomaba la aurora cuando los sacerdotes ponían a todo el mundo en pie. Era la hora de partir hasta el rio que los llevaría al mar por el gran cañón. Julia había visto a Cayo merodeando por el pueblo inca y percibía que los había visto. Los Dragones Negros podían aparecer de un momento a otro. Xavier fue a avisar a Viro que encabezaría la expedición hasta el rio. Viro volaba a cielo abierto en busca de movimiento pero la espesura de la selva no lo dejaba ver todo el territorio. El puma se había adelantado para avisar de su pronta presencia así que Pegaso al trote encabezaba el grupo algo adelantado. Cuelebre fue con Viro siendo Cuelebre el que volara más alto y Viro todo lo raso que los árboles se lo permitían. No tardó Cayo en adivinar donde estaban, y sabiendo que podían ser presas fáciles, envió al pueblo de los chibchas a los que tenía amenazado con el inframundo sino lo ayudaban y enviándoles a los tucanes, a los que dotó de las fuerzas necesarias, para que los llevaran hasta el lugar dónde debían de capturar a los humanos, mientras llegaba los Dragones que estaban a sus órdenes. Los chibchas sabiendo que sería inevitable una dolorosa muerte temían que sus espíritus y los de sus familias vagasen por el inframundo sin descanso para sus almas. Preferían la muerte o captura de un guerrero maya antes que a la ira de Cayo. Sigilosamente iban avanzando al norte esperanzados en darles alcance antes de que llegasen al gran mar.

Pegaso abriendo paso pensaba en si los muchachos aguantarían hasta el rio caminando. Ya eran varios días y el cansancio hacia mella en ellos. Los sacerdotes ordenaron taparles los ojos tanto a ellos como a Dalia y Belén para acostumbrar al oído a escuchar ya que casi siempre, oían. Llevaban horas de camino cuando los sacerdotes percibieron que se aproximaba un peligro eminente y que no sabían por donde iban a atacar en el momento de la verdad. Ellos tenían que distinguir a sus enemigos de los animales, del viento o de los árboles. También debían de escuchar al rio antes de llegar a él. Que escuchasen cada movimiento, cada obstáculo que se presentaba sería un éxito. Manuel ya lo había desarrollado lo bastante pero Marco no podía evitar un obstáculo sin caerse para desconsuelo de su abuela que oía como se lamentaba y se enfadaba. El sacerdote que estaba al mando, lo cogió por el hombro.

¾    Haz como el murciélago, emite un sonido. Puedes hacerlo en este caso golpeando con la mano el muslo o chasquea la lengua de forma que emita un sonido, pero sin hacer demasiado ruido que despierte a nuestro enemigo. Si al hacerlo el eco te vuelve rápido es que el obstáculo esta cerca, por el contrario si tarda, sabrás que tienes algunos metros libres por delante. Pequeños hombres esta lección os vale para sí vais de caza cuando la Luna se medio esconde.

Entre los cantos de los pájaros se oía la imitación de silbido de Marco, aprendiendo el truco para no caerse y sintiendo la mano de su abuela sobre su hombro y ésta la de su amiga. Manuel iba delante sin silbar puesto que no sabía y a su lado iba Cristina y Carlos que iban mirando cada trozo que había en el camino para apartarlo hasta que los guerreros los vieron y los ordenaron que se adelantaran que ellos los escoltarían. No iban a permitir que los ayudaran sabiendo que en la otra parte del mundo iban a tener más peligros que los que se avecinaba. Los tucanes con los Chibchas se estaban acercando, los pájaros, al oírlos, ahuecaban el ala en un silencioso sonido. Manuel fue el primero en percibirlo.

¾    Carlos algo pasa. Los pájaros pararon de cantar y se están marchando

¾    Si yo tampoco oigo a los pájaros (Replicó Marco)

¾    Muchachos el sacerdote maya me dice que escuchéis, y que nos aviséis de lo que escucháis Si os confieso algo, yo me entero por mi magia pero no escucho solo oigo y de momento no oigo nada. Vosotros sois nuestros oídos así que hacer caso al sacerdote y escuchar. Xavier y yo permaneceremos a vuestro lado.

Los muchachos agudizaban el oído en espera de escuchar algo fuera de la habitual, Marco se centraba en no caerse y en guiar a su abuela, perdiendo parte de la escucha. Dalia y Belén también lo intentaban siendo Dalia la que iba despertando el sentido del oído. Dalia escuchó una bandada de aves pero suponiendo que los mayas también lo habían oído, esperó a que alguno de sus nietos los dijera

¾    ¡Vienen pájaros grandes! Creo que son grandes por el ruido de sus alas. Pero no son águilas. No sé que son (Manuel se encogía de hombros)

¾    Muy bien, Manuel (Connor le daba una palmadita en la espalda) Te felicitan los sacerdotes. Son tucanes que traen viajeros por eso lo tosco de su volar.

Julia los había visto por su espejo y señalándoselos a Xavier y Connor, fue hasta Viro y Cuelebre en su barita mágica para advertirles de la eminente presencia. Xavier propuso volver a dividirse para alejarles, en el supuesto caso que volvieran a morder el anzuelo a lo que Connor le avisó, que Cayo lo mordió una vez pero otra trampa igual, la detectaría. Había que buscar otra solución y rápido. Julia que había vuelto, les escucho.

¾    Connor, podemos utilizar nuestra magia. Cayo está lejos y los chibchas son guerreros no traen a ningún brujo.

¾    Mi querida amiga Cayo no andará muy lejos y si lo está es que está tramando algo. Tú vigila el espejo a ver que te dice y yo emplearé la magia para detener el ataque. Xavier es mejor que tú y Carlos estéis con ellos (Connor señalaba a las mujeres y a los muchachos con un movimiento de cabeza) Estarán más tranquilos.

¾    Yo voy contigo. Haré lo que digas pero mejor que no estés solo. Son muchos y si vienen los Dragones no tendremos escapatoria para llegar al rio.

¾    Cristina es peligroso. Pero te agradezco la ayuda

Connor y Cristina se posicionaban encima de la copa de una ceiba, árbol sagrado de los mayas, para ver la llegada y en qué formación venían. Cristina se puso a la izquierda de Connor, e indicó a Viro que se escondiesen. Los tucanes venían de frente en escuadrón con forma de avión. Connor haciendo un gesto a Cristina de que la defensa comenzaba, sacó de un bolsillo un frasco con polvos de color azul, dejando caer parte de ellos sobre su mano, para soplar direccionándolo hasta los tucanes provocándoles mareos y haciéndolos descender sobre la selva donde estaba Pegaso. Viro que no perdía detalle hizo el vuelo en vertical a 200 km/hora llegando primero que ellos y avisando al resto del grupo que se escondiese. Los Dragones Negros estaban llegando y avisados por Cayo, descendiendo hasta ellos rodeándolos con sus alas y sus llamaradas, siendo la desventaja grandiosa y sin una salida fácil para los humanos. Los guerreros mayas se pusieron al frente junto con Viro y Cuelebre permaneciendo Pegaso junto a Xavier, Julia, Carlos y los humanos dentro del circulo que los guerreros y sacerdotes, habían formado evitando que las llamaradas de los Dragones llegaran a los muchachos.

¾    Cristina no te muevas de aquí. Voy a tratar de entretenerlos y haré un pasillo para que escapen

¾    No Connor. Tú les eres necesario para que les informes de las intenciones de los mayas. Yo lo haré

¾    No puedo ni debo consentirlo. Lo siento Cristina pero te quedas

¾    No seas testarudo. Los dos sabemos que si Cayo no aparece es que está tramando algo más peligroso y tú eres más útil, en estos momentos para el grupo que yo. Así que no se hable más. Yo lo haré, mi querido amigo.

La piel de Connor se estremecía, los ojos luchaban contra sus aguas, la voz temblaba cuando salía al despedirse de una amiga naga. Cristina, manojo de alegría, que con sus aventuras, a los espíritus entusiasmaba llenándolos de felicidad dentro de una amargura precisada. Cristina compañera de juegos de Marco y Manuel, y a los que dejaba al cuidado de Carlos y del resto del grupo, como jóvenes hombres que a pasos agigantados, estaban aprendiendo las durezas de la vida para el bien del universo con la mirada se despedía de ellos. Cristina bajaba sonriente ante lo que la esperaba en su barita hasta el jefe que estaba al mando de los Dragones Negros, y contorneándose a la vez que se reía, jugaba a subir y bajar rodeándole. Éste, enfadado con ella, dejó un momento el mando y la estrategia y en un descuido y sin saber qué hacer, el segundo al mando abrió un pasillo haciendo que la llamarada de Cuelebre lo matara. El grupo se movía y silenciosamente se escapaba del acoso de los dragones malvados. Ya fuera del círculo, Pegaso al galope llevaba sobre sus lomos a los humanos, Viro alzando el vuelo, llevaba a los elfos y Julia que sin apartar la mirada y entre lágrimas veían como los Dragones y los chibchas hacían prisionera a su discípula. Cuelebre, se fue a por Connor y por primera vez a sus llamaradas las apagaba las lágrimas. Marco y Manuel no tenían consuelo. Nadie ocultaba su sentimiento de impotencia y rabia pero también de agradecimiento.

¾    ¡Ya van dos! (Carlos susurraba para sus adentros mientras miraba el cielo)

¾    Los Dioses la cogieron en sus brazos y la llevaran a donde se merece. Se nos fue la alegría del grupo, pero la Misión debe de continuar (Xavier hablaba sin levantar la cabeza. No se atrevía a interrumpir la mirada de impotencia de Julia)

Llegaban al río al sitio donde les esperaban con las canoas preparadas. Los guerreros que estaban por aquellas zonas habían inspeccionado el lugar creyendo uno de ellos de haber visto a un inca. Los demás guerreros al saber que estaba muy lejos de su zona, no le prestaron atención y creyendo que había sido una visión. Pero un grupo de incas rebeldes y que por razones de codicia seguían a Cayo, traicionando a su pueblo Merodeaba por aquellos territorios en busca de información que pudiera servirles y cambiarla por algún favor que Cayo les pudiera hacer. Los incas eran cultos pero estos mercenarios y traidores a los ideales de su dioses no eran diestros en asuntos de espionaje. Viro acabó detectándoles desde el aire y dejando a los elfos y a Julia en tierra fue junto con Cuelebre a asustarlos provocando su retirada. Xavier, Julia y Connor ya sabían que Cayo no andaba lejos y con la incertidumbre de sí sabría sus planes.

Cayo ya estaba en la Isla de las Tortugas Gigantes (Las Galápagos) aprovisionando un barco de vivieres necesarios para la travesía hasta tierras lejanas. Se reía de las torpezas de sus enemigos y pensaba en como capturar el Gran Adamas junto a los muchachos.

¾    No pueden ser más tontos. Esos sacerdotes mayas no conocen mi poder. ¡Seguir hablando, estúpidos! Que yo os perseguiré hasta las tierras de los hombres amarillos. No sabéis de los canales y corrientes que yo haré y mis ejércitos os hundirán el barco. No llegaréis a tierra. Solo yo, tendré el poder de escribir en las Tablas y los jóvenes serán mis súbditos. ¡Memos!

Hacían la bajada del rio rumbo este, cosa que a Dalia y a Xavier desconcertaban. El mar estaba al sur y no encontraban motivo para ir por el este: “Un rodeo innecesario” pensaba Dalia, pero los sacerdotes al igual que los guerreros sabían que seguir el caudal del rio sería el camino de menos riesgo estando como estaban en guerra con sus hermanos del sur. Connor que había escuchado parte de la conversación de los sacerdotes informó al resto del grupo el por qué de ese rodeo. Pero Julia en su espejo veía que ese rio no desembocaba en el mar y si en las montañas. Notificando a Xavier de lo visto y temiendo que irían a pie volviendo a la incertidumbre de cuando saldrían de allí y si lo harían con vida. Todo ere cuestión de fe. El grupo viajaba en fila entre encinos, ceibas y orquídeas que daban alegría al paisaje oscurecido entre algún que otro pastizal. Los cocodrilos salían al paso como queriendo saludar y los monos seguían desde los árboles el sendero que recorrían. La garza y el pelícano también salían al paso en el que llegaban al cañón haciendo una imagen majestuosa con las montañas de caliza. En uno de sus pasos en agradecimiento a nuestros pequeños héroes, una de las montaña lució una cascada en forma de pino, y a la que los dioses dotaron de aguas purificadoras del pecado. Toda la armonía entre montañas, árboles y animales hacían que por unos momentos todos admiraran lo que la madre naturaleza les regalaba y se olvidaron de los problemas, de los dolores, de los temores e incluso por un momento les parecían ver que el regalo de la cascada era obra de Cristina, diciéndoles que todo estaba perfecto.

Pasaron dos días desde que tomaron el cauce del rio cuando llegaban a una presa donde esté terminaba. Los sacerdotes se despedían de ellos dejándoles con seis guerreros que los conducirían hasta el mar donde estaba el barco construido para ellos con los víveres y ropas necesarias, según sus cálculos para la travesía. Xavier les daba las gracias por sus enseñanzas, sus consejos y por la protección que les bridaba. El resto igualmente se despedía siendo los muchachos los últimos y donde el abrazo fue más cálido por parte de los sacerdotes. Se habían encontrado a unos niños y estaban dejando a unos pequeños, pero grandes hombres que devoraban todas las enseñanzas y con humildad de grandes guerreros, aceptando sin lamentos, el destino que los dioses les confiaba. El sacerdote de más edad, en agradecimiento por acatar las órdenes sin quejarse a pesar de sus cortas edades, saco dos collares de oro macizo, que colgó a cada uno en el cuello con la imagen de Kukulkán y deseándoles un feliz desenlace, dejó que el guerrero de mayor graduación les entregara las flechas del arco que con el futbol habían ganado, así como dos piedras de vidrio volcánico con la que tallar cuchillas afiladas, lanzas y flechas.

Con los Dragones Negros desorientados y Cayo planeando el viaje hasta tierras asiáticas, Viro y Xavier volvieron a tomar el mando haciendo caso de las instrucciones de los guerreros mayas. Tendría que escalar las montañas y el descenso de las mismas, sin ser demasiado altas, era vertiginoso. Una imprudencia, un mal pie colocado les arrojaría al abismo. Todo tenía que ser cauteloso y milimetrado, antes de asegurase el paso. Tardaron tres lunas dando reposo a los muchachos, cuando llegaron hasta el barco. Sus hermanos lo estaban custodiando y lo tenían todo listo para zarpar. Se harían a la mar esa misma tarde, cuando la noche comenzara a salir.